Este
discurso fue dado por José Martí en el Liceo Cubano en Tampa el 27 de
noviembre de 1891 en conmemoración del 27 de Noviembre de 1871. El señor
Francisco María González lo tomó taquigráficamente y pasaría a ser
conocido como “Los Pinos Nuevos”.
Cubanos:
Todo
convida esta noche al silencio respetuoso más que a las palabras: las
tumbas tienen por lenguaje las flores de resurrección que nacen sobre
las sepulturas: ni lágrimas pasajeras ni himnos de oficio son tributo
propio a los que con la luz de su muerte señalaron a la piedad humana
soñolienta el imperio de la abominación y la codicia. Esas orlas son de
respeto, no de muerte; esas banderas están a media asta, no los
corazones. Pido luto a mi pensamiento para las frases breves que se
esperan esta noche del viajero que viene a estas palabras de improviso,
después de un día atareado de creación: y el pensamiento se me niega al
luto. No siento hoy como ayer romper coléricas al pie de esta tribuna,
coléricas y dolorosas, las olas de la mar que trae de nuestra tierra la
agonía y la ira, ni es llanto lo que oigo, ni manos suplicantes las que
veo, ni cabezas caídas las que escuchan, sino cabezas altas! y afuera de
esas puertas repletas, viene la ola de un pueblo que marcha. ¡Así el
sol, después de la sombra de la noche, levanta por el horizonte puro su
copa de oro!
Otros
lamenten la muerte necesaria: yo creo en ella como la almohada, y la
levadura, y el triunfo de la vida. La mañana después de la tormenta, por
la cuenca del árbol desraigado echa la tierra fuente de frescura, y es
más alegre el verde de los árboles, y el aire está como lleno de
banderas, y el cielo es un dosel de gloria azul, y se inundan los pechos
de los hombres de una titánica alegría. Allá, por sobre los depósitos
de la muerte, aletea, como redimiéndose, y se pierde por lo alto de los
aires, la luz que surge invicta de la podredumbre. La amapola más roja y
más leve crece sobre las tumbas desatendidas. El árbol que da mejor
fruta es el que tiene debajo un muerto.
Otros
lamenten la muerte hermosa y útil, por donde la patria saneada rescató
su complicidad involuntaria con el crimen, por donde se cría aquel fuego
purísimo e invisible en que se acendran para la virtud y se templan
para el porvenir las almas fieles. Del semillero de las tumbas levántase
impalpable, como los vahos del amanecer, la virtud inmortal, orea la
tierra tímida, azota los rostros viles, empapa el aire, entra triunfante
en los corazones de los vivos: la muerte da jefes, la muerte da
lecciones y ejemplos, la muerte nos lleva el dedo por sobre el libro de
la vida: ¡así, de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el
alma de la patria!
La
palabra viril no se complace en descripciones espantosas; ni se ha de
abrumar al arrepentido por fustigar al malvado; ni ha de convertirse la
tumba del mártir en parche de pelea; ni se ha de decir, aún en la ciega
hermosura de las batallas, lo que mueve las almas de los hombres a la
fiereza y al rencor. ¡Ni es de cubanos, ni lo será jamás, meterse en la
sangre hasta la cintura, y avivar con un haz de niños muertos, los
crímenes del mundo: ni es de cubanos vivir, como el chacal en la jaula,
dándole vueltas al odio! Lo que anhelamos es decir aquí con qué amor
entrañable, un amor como purificado y angélico, queremos a aquellas
criaturas que el decoro levantó de un rayo hasta la sublimidad, y
cayeron, por la ley del sacrificio, para publicar al mundo indiferente
aun a nuestro clamor, la justicia absoluta con que se irguió la tierra
contra sus dueños: lo que queremos es saludar con inefable gratitud,
como misterioso símbolo de la pujanza patria, del oculto y seguro poder
del alma criolla, a los que, a la primer voz de la muerte, subieron
sonriendo, del apego y cobardía de la vida común, al heroísmo ejemplar.
¿Quién,
quién era el primero en la procesión del sacrificio, cuando el tambor
de muerte redoblaba, y se oía el olear de los sollozos, y bajaban la
cabeza los asesinos; quien era el primero, con una sonrisa de paz en los
labios, y el paso firme, y casi alegre, y todo él como ceñido ya de
luz? Chispeaba por los corredores de las aulas un criollo dadivoso y
fino, el bozo en flor y el pájaro en el alma, ensortijada la mano, como
una joya el pie, gusto todo y regalo y carruaje, sin una arruga en el
ligero pensamiento: ¡y el que marchaba a paso firme a la cabeza de la
procesión, era el niño travieso y casquivano de las aulas felices, el de
la mano de sortijas y el pie como una joya! ¿Y el otro, el taciturno,
el que tenían sus compañeros por mozo de poco empuje y de avisos
escasos? ¡Con superior beldad se le animó el rostro caído, con soberbio
poder se le levantó el ánimo patrio, con abrazos firmes apretó, al salir
a la muerte, a sus amigos, y con la mano serena les enjugó las
lágrimas! ¡Así, en los alzamientos por venir, del pecho más oscuro
saldrá, a triunfar, la gloria! ¡Así, del valor oculto, crecerán los
ejércitos de mañana! ¡Así, con la ocasión sublime, los indiferentes y
culpables de hoy, los vanos y descuidados de hoy, competirán en fuego
con los más valerosos! El niño de diez y seis años iba delante,
sonriendo, ceñido como de luz, volviendo atrás la cabeza, por si alguien
se le acobardaba...
Y
¿recordaré el presidio inicuo, con la galera espantable de vicios
contribuyentes, tanto por cada villanía, a los pargos y valdepeñas de la
mesa venenosa del general; con los viejos acuchillados por pura
diversión, los viejos que dieron al país trece hombres fuertes, para que
no fuese en balde el paseo de las cintas de hule y de sus fáciles
amigas; con los presidiarios moribundos, volteados sobre la tierra, a
ver si revivían, a punta de sable; con el castigo de la yaya feroz, al
compás de la banda de bronce, para que no se oyesen por sobre los muros
de piedra los alaridos del preso despedazado? ¡Pues éstos son de otros
horrores más crueles, y más tristes y más inútiles, y más de temer que
los de andar descalzo! ¿O recordaré la madrugada fría, cuando de pie,
como fantasmas justificadores, en el silencio de Madrid dormido, a la
puerta de los palacios y bajo la cruz de las iglesias, clavaron los
estudiantes sobrevivientes el padrón de vergüenza nacional, el recuerdo
del crimen que la ciudad leyó espantada? ¿O un día recordaré, un día de
verano madrileño, cuando al calce de un hombre seco y lívido, de barba y
alma ralas, muy cruzado y muy saludado y muy pomposo, iba un niño
febril, sujeto apenas por brazos más potentes, gritando al horrible
codicioso: "¡Infame, infame!" ¡Recordaré al magnánimo español, huésped
querido de todos nuestros hogares, laureado aquí en efigie junto con el
heroico vindicador, que en los dientes de la misma muerte, prefiriendo
al premio del cómplice la pobreza del justo, negó su espada al
asesinato! Dicen que sufre, comido de pesar en el rincón donde apenas
puede consolarlo de la cólera del vencedor pudiente, el cariño de los
vencidos miserables. ¡Sean para el buen español, cubanas agradecidas,
nuestras flores piadosas!
Y
después ¡ya no hay más, en cuanto a tierra, que aquellas cuatro
osamentas que dormían, de Sur a Norte, sobre las otras cuatro que
dormían de Norte a Sur: no hay más que un gemelo de camisa, junto a una
mano seca: no hay más que un montón de huesos abrazados en el fondo de
un cajón de plomo! ¡Nunca olvidará Cuba, ni los que sepan de heroicidad
olvidarán, al que con mano augusta detuvo, frente a todos los riesgos,
el sarcófago intacto, que fue para la patria manantial de sangre; al que
bajó a la tierra con sus manos de amor, y en acerba hora de aquellas
que juntan de súbito al hombre con la eternidad, palpó la muerte helada,
bañó de llanto terrible los cráneos de sus compañeros! El sol lucía en
el cielo cuando sacó en sus brazos, de la fosa, los huesos venerados:
¡jamás cesará de caer el sol sobre el sublime vengador sin ira!
¡Cesen
ya, puesto que por ellos es la patria más pura y hermosa, las
lamentaciones que sólo han de acompañar a los muertos inútiles! Los
pueblos viven de la levadura heroica. El mucho heroísmo ha de sanear el
mucho crimen. Donde se fue muy vil, se ha de ser muy grande. Por lo
invisible de la vida corren magníficas leyes. Para sacudir al mundo, con
el horror extremo de la inhumanidad y la codicia que agobian a su
patria, murieron, con la poesía de la niñez y el candor de la inocencia,
a manos de la inhumanidad y la codicia. Para levantar con la razón de
su prueba irrecusable el ánima medrosa de los que dudan del arranque y
virtud de un pueblo en apariencia indiferente y frívolo, salieron riendo
del aula descuidada, o pensando en la novia y el pie breve, y entraron a
paso firme, sin quebrantos de rodilla ni temblores de brazos, en la
muerte bárbara. Para unir en concordia, por el respeto que impone en
unos el remordimiento y la piedad que moverán en otros los arrepentidos,
las dos poblaciones que han de llegar por fatalidad inevitable a un
acuerdo en la justicia o a un exterminio violento, se alzó el vengador
con alma de perdón, y aseguró, por la moderación de su triunfo, su obra
de justicia. ¡Mañana, como hoy en el destierro, irán a poner flores en
la tierra libre, ante el monumento del perdón, los hermanos de los
asesinados, y los que, poniendo el honor sobre el accidente del país, no
quieren llamarse hermanos de los asesinos!
Cantemos
hoy, ante la tumba inolvidable, el himno de la vida. Ayer lo oí a la
misma tierra, cuando venia, por la tarde hosca, a este pueblo fiel. Era
el paisaje húmedo y negruzco; corría turbulento el arroyo cenagoso; las
cañas, pocas y mustias, no mecían su verdor quejosamente, como aquellas
queridas por donde piden redención los que las fecundaron con su muerte,
sino se entraban, ásperas e hirsutas, como puñales extranjeros, por el
corazón: y en lo alto de las nubes desgarradas, un pino, desafiando la
tempestad, erguía entero, su copa. Rompió de pronto el sol sobre un
claro del bosque, y allí, al centelleo de la luz súbita, vi por sobre la
yerba amarillenta erguirse, en torno al tronco negro de los pinos
caídos, los racimos gozosos de los pinos nuevos: ¡Eso somos nosotros:
pinos nuevos!
DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE
FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER SECRETARIO DEL COMITE CENTRAL DEL PARTIDO
COMUNISTA DE CUBA y PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL
RESUMEN DE LA VELADA CONMEMORATIVA DE LOS CIEN AÑOS DE LUCHA, EFECTUADA
EN LA DEMAJAGUA, MONUMENTO NACIONAL, MANZANILLO, ORIENTE, EL 10 DE
OCTUBRE DE 1968.
(DEPARTAMENTO DE VERSIONES TAQUIGRAFICAS DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO)
Familiares aquí presentes de los héroes de nuestras luchas por la independencia;
Invitados;
Compañeros y compañeras que ostentan aquí esta noche la representación de todos los rincones del país:
Ninguna otra ocasión revistió la importancia de la conmemoración del
día de hoy. Y al parecer la naturaleza nos someterá una vez más a una
pequeñísima prueba, si se quiere porque ella se suma a esta misma
conmemoración si recordamos que precisamente después de la proclamación
de la independencia de Cuba, cuando los primeros mambises se dirigían
hacia el pueblo de Yara, también aproximadamente a esta misma hora un
copioso aguacero realizó con ellos —simbólicamente— el primer precedente
de sacrificio. Y que, por cierto, como nuestros primeros mambises en
aquellos instantes no poseían más que unas cuantas escopetas de
cartuchos e iban a realizar su primer combate, el agua mojó los
cartuchos y las armas no pudieron disparar aquella noche; aquella noche
en que se derramó también la primera sangre cubana en la lucha de los
cien años, y que se empaparon por primera vez aquellos hombres, cuya
vida a lo largo de diez años fue una vida de increíbles privaciones.
Hoy —les decía— nuestro pueblo conmemora aquella fecha al cumplirse
cien años. Y este primer centenario del inicio de la lucha
revolucionaria en nuestra patria es para nosotros la más grande
conmemoración que ha tenido lugar en la historia de nuestro país.
¿Qué significa para nuestro pueblo el 10 de Octubre de 1868? ¿Qué
significa para los revolucionarios de nuestra patria esta gloriosa
fecha? Significa sencillamente el comienzo de cien años de lucha, el
comienzo de la revolución en Cuba, porque en Cuba solo ha habido una
revolución: la que comenzó Carlos Manuel de Céspedes el 10 de Octubre de
1868 (APLAUSOS). Y que nuestro pueblo lleva adelante en estos
instantes.
No hay, desde luego, la menor duda de que Céspedes simbolizó el
espíritu de los cubanos de aquella época, simbolizó la dignidad y la
rebeldía de un pueblo —heterogéneo todavía— que comenzaba a nacer en la
historia.
Fue Céspedes, sin discusión, entre los conspiradores de 1868 el más
decidido a levantarse en armas. Se han elaborado algunas
interpretaciones de su actitud, cuando en la realidad su conducta tuvo
una exclusiva motivación. En todas las reuniones de los conspiradores
Céspedes siempre se había manifestado el más decidido. En la reunión
efectuada el 3 de agosto de 1868, en los límites de Tunas y Camagüey,
Céspedes propuso el levantamiento inmediato. En reuniones ulteriores
con los revolucionarios de la provincia de Oriente, en los primeros días
de octubre, insistió en la necesidad de pasar inmediatamente a la
acción. Hasta que por fin el 5 de octubre de 1868, en una reunión en el
ingenio —si mal no recuerdo— “Rosario”, los más decididos
revolucionarios se reunieron y acordaron el alzamiento para el 14 de
octubre.
Es conocido históricamente que Céspedes conoció en este lugar de un
telegrama cursado el 8 de ese mismo mes por el Gobernador General de
Cuba dando instrucciones a las autoridades de la provincia de arrestar a
Carlos Manuel de Céspedes. Y Carlos Manuel de Céspedes no les dio
tiempo a las autoridades, no les permitió a aquellas tomar la
iniciativa, e inmediatamente, adelantando la fecha, cursó las
instrucciones correspondientes y el 10 de Octubre, en este mismo sitio,
proclamó la independencia de Cuba.
Es que la historia de muchos movimientos revolucionarios terminó, en su inmensa mayoría, en la prisión o en el cadalso.
Es incuestionable que Céspedes tuvo la clara idea de que aquel
alzamiento no podía esperar demasiado ni podía arriesgarse a recorrer el
largo trámite de una organización perfecta, de un ejército armado, de
grandes cantidades de armas, para iniciar la lucha, porque en las
condiciones de nuestro país en aquellos instantes resultaba sumamente
difícil. Y Céspedes tuvo la decisión.
De ahí que Martí dijera que “de Céspedes el ímpetu y de Agramonte la
virtud”, aunque hubo también mucho de ímpetu en Agramonte y mucho de
virtud en Céspedes. Y el propio Martí expresó en una ocasión,
explicando la actitud de Céspedes, sus discrepancias sobre el
aplazamiento del movimiento con otros revolucionarios, diciendo que
“aplazar era darles tal vez la oportunidad a las autoridades coloniales
vigilantes para echárseles encima”.
Y los hechos históricos demostraron que aquella decisión era
necesaria, que aquella resolución iba a prender precisamente la chispa
de una heroica guerra que duró diez años; una guerra que se inició sin
recursos de ninguna clase por un pueblo prácticamente desarmado, que
desde entonces adoptó la clásica estrategia y el clásico método para
abastecerse de armas, que era arrebatándoselas al enemigo.
En la historia de estos cien años de lucha no fue la única ocasión en
que nuestro pueblo, igualmente desprovisto de armas, igualmente
impreparado para la guerra, se vio en la necesidad de lanzarse a la
lucha y abastecerse con las armas de los enemigos. Y la historia de
nuestro pueblo en estos cien años confirma esa verdad axiomática: y es
que si para luchar esperamos primero reunir las condiciones ideales,
disponer de todas las armas, asegurar un abastecimiento, entonces la
lucha no habría comenzado nunca; y que si un pueblo está decidido a
luchar, las armas están en los cuarteles de los enemigos, en los
cuarteles de los opresores.
Y esta realidad, este hecho, se demostró en todas nuestras luchas, en todas nuestras guerras.
Cuando al iniciarse la lucha de 1895 Maceo desembarca por la zona de
Baracoa, lo acompañaban un puñado de hombres y unas pocas armas. Y
cuando Martí, con Máximo Gómez, desembarca en un lugar de la costa sur
de Oriente, áspero y duro, en una noche oscura y tormentosa, venía
también acompañado de un exiguo grupo de combatientes. No llevaba un
ejército detrás. El ejército estaba aquí, en el pueblo; y las armas
estaban aquí, en manos de los dominadores.
Y cuando apenas algunos días más tarde avanzaron por el interior de
la provincia, se encontraron a José Maceo con una numerosa tropa
combatiendo en las inmediaciones de Guantánamo, y más adelante a Antonio
Maceo, que después del desembarco se había quedado absolutamente solo
por las montañas y los bosques de Baracoa —¡absolutamente solo!—, y que
unas cuantas semanas después recibía a Máximo Gómez y a Martí con un
ejército de 3 000 orientales organizados y listos para combatir.
Estos hechos nos brindaron un ejemplo extraordinario y nos enseñaron
en días también difíciles. Cuando no había recursos, cuando no había
armas, pero sí un pueblo en el cual se confiaba, estas circunstancias no
fueron tampoco un obstáculo para iniciar la lucha.
Y este es un ejemplo no solo para los revolucionarios cubanos, es un
ejemplo formidable para los revolucionarios en cualquier parte del
mundo.
Nuestra Revolución, con su estilo, con sus características
esenciales, tiene raíces muy profundas en la historia de nuestra patria.
Por eso decíamos, y por eso es necesario que lo comprendamos con
claridad todos los revolucionarios, que nuestra Revolución es una
Revolución, y que esa Revolución comenzó el 10 de Octubre de 1868
(APLAUSOS).
Este acto de hoy es como un encuentro del pueblo con su propia
historia, es como un encuentro de la actual generación revolucionaria
con sus propias raíces. Y nada nos enseñará mejor a comprender lo que
es una revolución, nada nos enseñará mejor a comprender el proceso que
constituye una revolución, nada nos enseñará mejor a entender qué quiere
decir revolución, que el análisis de la historia de nuestro país, que
el estudio de la historia de nuestro pueblo y de las raíces
revolucionarias de nuestro pueblo.
Quizás para muchos la nación o la patria ha sido algo así como un
fenómeno natural, quizás para muchos la nación cubana y la conciencia de
nacionalidad existieron siempre, quizás muchos pocas veces se han
detenido a pensar cómo fue precisamente que se gestó la nación cubana y
cómo se gestó nuestra conciencia de pueblo y cómo se gestó nuestra
conciencia revolucionaria.
Hace 100 años no existía esa conciencia, hace 100 años no existía la
nacionalidad cubana, hace 100 años no existía un pueblo con pleno
sentido de un interés común y de un destino común. Nuestro pueblo hace
100 años era una masa abigarrada constituida, en primer término, por los
ciudadanos de la potencia colonial que nos dominaba; una masa enorme
también de ciudadanos nacidos en este país, algunos descendientes
directos de los españoles, otros descendientes más remotos, de los
cuales algunos se inclinaban a favor del poder colonial y otros eran
alérgicos a aquel poder; una masa considerable de esclavos, traídos de
manera criminal a nuestra tierra para explotarlos despiadadamente cuando
ya los explotadores habían aniquilado virtualmente la primitiva
población aborigen de nuestro país.
Y desde luego, los dueños de las riquezas eran, en primer lugar, los
españoles; los dueños de los negocios y los dueños de las tierras. Pero
también había descendientes de los españoles, llamados criollos, que
poseían centrales azucareros y que poseían grandes plantaciones. Y por
supuesto que en un país en aquellas condiciones en que la ignorancia era
enorme, el acceso a los libros, el acceso a la cultura lo tenían un
número exiguo y reducido de criollos procedentes precisamente de esas
familias acaudaladas.
En aquellas primeras décadas del siglo pasado, cuando ya el resto de
la América Latina se había independizado de la colonia española,
permanecía asentado sobre bases sólidas el poder de España en nuestra
patria, a la que llamaban la última joya y la más preciada joya de la
corona española.
Fue ciertamente escasa la influencia que tuvo en nuestra tierra la emancipación de América Latina.
Se sabe que en la mente de los libertadores de América Latina se
albergó también la idea de enviar a Cuba un ejército a liberarnos. Pero
ciertamente aquí todavía no había una nación que liberar sencillamente
porque no había nación, no había un pueblo que liberar porque no existía
pueblo con la conciencia de la necesidad de esa libertad.
Y en aquellos primeros años del siglo pasado, en la primera mitad del
siglo pasado, las ideas que los sectores con más cultura de la
población, los sectores capaces de elaborar algunas formulaciones
políticas, las ideas enarboladas por ellos no eran precisamente la idea
de la independencia de Cuba.
Por aquellos tiempos se discutía fundamentalmente el problema de la
esclavitud. Y los terratenientes, los ricos, la oligarquía que dominaba
en nuestro país, bien española o bien cubana, estaba poseída de un
enorme temor a la abolición de la esclavitud; es decir que sus intereses
como propietarios, sus intereses como clase, y pensando exclusivamente
en función de esos intereses, la conducía a pensar en la solución de la
anexión a Estados Unidos de Norteamérica.
Así surgió una de las primeras corrientes políticas, que se dio en
llamar la corriente anexionista. Y esa corriente tenía un fundamento de
carácter económico: era el pensamiento de una clase que consideraba el
aseguramiento de esa institución oprobiosa de la esclavitud por la vía
de anexionarse a Estados Unidos, donde un grupo numeroso de Estados
mantenía la misma institución. Y como ya se suscitaban las
contradicciones entre los estados del sur y del norte por el problema de
la esclavitud, los políticos esclavistas del sur de Estados Unidos
alentaron también la idea de la anexión a Cuba, con el propósito de
contar con un Estado más que ayudase a garantizar su mayoría en el seno
de Estados Unidos, su mayoría parlamentaria.
Esa es la raíz de aquella expedición a mediados de siglo, dirigida por Narciso López.
Cuando nosotros estudiábamos en las escuelas, nos presentaban a
Narciso López como un patriota, nos presentaban a Narciso López como un
libertador. Tantas cosas nos presentaron de una manera increíblemente
torcida, que se nos hizo creer en nuestros años de escolares —y ya
supuestamente establecida la República de Cuba—, se nos hacía creer que
Narciso López había venido a libertar a Cuba, cuando ciertamente Narciso
López vino alentado por los políticos esclavistas de Estados Unidos a
tratar de conquistar un Estado más para precisamente servir de apoyo a
la más inhumana y retrógrada institución, que era la institución de la
esclavitud.
Martí en una ocasión calificó aquella expedición de infeliz,
organizada precisamente por esos intereses. De manera que en aquel
entonces las corrientes anexionistas adquirieron considerable fuerza en
el seno de nuestro país.
Y es preciso que lo tengamos en cuenta porque esa corriente, por una u
otra causa, con uno u otro matiz, resurgía periódicamente en el proceso
de la historia de Cuba.
En determinados momentos las corrientes anexionistas fueron perdiendo
fuerza, y surgieron entonces otras corrientes frente a la política
española en nuestra patria, que se dio en llamar el reformismo, que
propugnaba no la lucha por la independencia de Cuba, sino por
determinadas reformas dentro de la colonia española.
Todavía realmente no había surgido en la realidad una corriente
independentista, una corriente verdaderamente independentista. Los
engaños y las burlas reiteradas del régimen colonial español llevaron al
ánimo y a la conciencia de un reducido grupo de cubanos, de criollos
pertenecientes por cierto a sectores acomodados, poseedores de riquezas,
poseedores a la vez de cultura, de amplia información acerca de los
procesos que tenían lugar en el mundo, que concibieron por primera vez
la idea de la obtención de sus derechos por la vía revolucionaria, por
la vía de las armas, en lucha abierta contra el poder colonial.
Mas nadie piense que aquel núcleo de cubanos estaba obligadamente
llamado a contar con el apoyo mayoritario de la población, que podía
contar con un respaldo grande a la hora de la lucha, porque —como
dijimos anteriormente— en aquellos instantes la conciencia de la
nacionalidad no existía.
Y entre los sectores que ostentaban la riqueza de origen criollo,
había un factor que los dividía profundamente. Los españoles
lógicamente estaban contra las reformas y, aún más, contra la
independencia. Pero muchos criollos ricos estaban también contra la
idea de la independencia, puesto que los separaba de las ideas más
radicales el problema de la esclavitud. Por lo que puede decirse que el
problema de la esclavitud fue una cuestión fundamental que dividía
profundamente a los elementos más radicales, más progresistas, de los
criollos ricos, de aquellos elementos que, calificándose también de
criollos —todavía no se hablaba propiamente de cubanos— se preocupaban
por encima de todo de sus intereses económicos, como es lógico; se
preocupaban por encima de todo por mantener la institución de la
esclavitud. Y de ahí que apoyaran el anexionismo primero, el reformismo
luego, y cualquier cosa menos la idea de la independencia y la idea de
la conquista de los derechos por la vía de la lucha armada.
Y esto constituye una cuestión muy importante, porque vemos cómo esta
historia se va a repetir periódicamente, esta contradicción, a lo largo
de los 100 años de lucha.
De manera que el reducido núcleo —que bien podía comenzar a
considerarse patriota— del sector acaudalado e ilustrado de los hombres
nacidos en este país, ese núcleo decidido a lanzarse a la conquista de
sus derechos por la vía de las armas, tenía que enfrentarse a esa
compleja situación, a esas hondas contradicciones que necesariamente
conducirían su causa a una lucha dura y larga. Y lo que vino a darles
verdaderamente el título de revolucionarios fue su comprensión, en
primer lugar, de que solo había un camino para conquistar los derechos,
su decisión de adoptar ese camino, su ruptura con las tradiciones, con
las ideas reaccionarias, y su decisión de abolir la esclavitud.
Y hoy tal vez pueda parecer fácil aquella decisión, pero aquella
decisión de abolir la esclavitud constituía la medida más
revolucionaria, la medida más radicalmente revolucionaria que se podía
tomar en el seno de una sociedad que era genuinamente esclavista.
Por eso lo que engrandece a Céspedes es no solo la decisión adoptada,
firme y resuelta de levantarse en armas, sino el acto con que acompañó
aquella decisión —que fue el primer acto después de la proclamación de
la independencia—, que fue concederles la libertad a sus esclavos, a la
vez que proclamar su criterio sobre la esclavitud, su disposición a la
abolición de la esclavitud en nuestro país, aunque si bien condicionando
en los primeros momentos aquellos pronunciamientos a la esperanza de
poder captar el mayor apoyo posible entre el resto de los terratenientes
cubanos.
En Camagüey los revolucionarios desde el primer momento proclamaron
la abolición de la esclavitud, y ya la Constitución de Guáimaro, el 10
de abril de 1869, consagró definitivamente el derecho a la libertad de
todos los cubanos, aboliendo definitivamente la odiosa y secular
institución de la esclavitud.
Esto, desde luego, dio lugar —como ocurre siempre en muchos de estos
procesos— a que muchos de aquellos criollos ricos, que vacilaban entre
apoyar o no apoyar a la revolución, se abstuvieron de ayudar a la
revolución, se apartaron de la lucha, y de hecho comenzaron a cooperar
con la colonia. Es decir que en la medida en que la revolución se
radicalizó se quedó más aislado aquel grupo de cubanos, aquel grupo de
criollos, que, desde luego, ya empezaron a contar con los únicos capaces
de llevar adelante aquella revolución, que eran los hombres humildes
del pueblo y los esclavos recién liberados.
En aquellos primeros momentos del inicio de la lucha revolucionaria
en Cuba, empezaron a cumplirse indefectiblemente las leyes de todo
proceso revolucionario, empezaron a producirse las contradicciones, y
comenzó el proceso de profundización y radicalización de las ideas
revolucionarias que ha llegado hasta nuestros días.
En aquel tiempo, desde luego, no se discutía el derecho a la
propiedad de los medios de producción. Se discutía el derecho a la
propiedad de unos hombres sobre otros. Y al abolir aquel derecho,
aquella revolución —revolución radical desde el instante en que suprime
un privilegio de siglos, desde el momento en que suprime aquel supuesto
derecho consagrado por siglos de existencia— llevó a cabo un acto
profundamente radical en la historia de nuestro país, y a partir de ese
momento, por primera vez, se empezó a crear el concepto y la conciencia
de la nacionalidad, y comenzó a utilizarse por primera vez el
calificativo de cubano para comprender a todos los que levantados en
armas luchaban contra la colonia española.
Sabido es cómo se desarrolló aquella guerra. Sabido es que muy pocos
pueblos en el mundo fueron capaces o tuvieron la posibilidad de
afrontar sacrificios tan grandes, tan increíblemente duros, como los
sacrificios que soportó el pueblo cubano durante aquellos diez años de
lucha. E ignorar esos sacrificios es un crimen contra la justicia, es
un crimen contra la cultura, es un crimen para cualquier revolucionario.
Nuestro país solo, absolutamente solo, mientras los demás pueblos
hermanos de América Latina —que unas cuantas décadas con anterioridad se
habían emancipado de la dominación española— yacían sumidos en la
abyección, sumidos bajo las tiranías de los intereses sociales que
sustituyeron en esos pueblos a la tiranía española; nuestro país solo, y
no todo el país sino una pequeña parte del país, se enfrentó durante
diez años a una potencia europea todavía poderosa que podía contar —y
contó— con cientos de miles de hombres perfectamente armados para
combatir a los revolucionarios cubanos.
Es conocida la falta casi total de auxilio desde el exterior. Es
conocida la historia de las divisiones en el exterior, que dificultaron y
por último imposibilitaron el apoyo de la emigración a los cubanos
levantados en armas. Y sin embargo, nuestro pueblo —haciendo increíbles
sacrificios, soportando heroicamente el peso de aquella guerra,
rebasando los momentos difíciles— logró ir aprendiendo el arte de la
guerra, fue constituyendo un pequeño pero enérgico ejército que se
abastecía de las armas de sus enemigos.
Y empezaron a surgir del seno del pueblo más humilde, de entre los
combatientes que venían del pueblo, de entre los campesinos y de entre
los esclavos liberados, empezaron a surgir por primera vez del seno del
pueblo oficiales y dirigentes del movimiento revolucionario. Empezaron a
surgir los patriotas más virtuosos, los combatientes más destacados, y
así surgieron los hermanos Maceo, para citar el ejemplo que simboliza a
aquellos hombres extraordinarios.
Y al cabo de diez años aquella lucha heroica fue vencida no por las
armas españolas sino vencida por uno de los peores enemigos que tuvo
siempre el proceso revolucionario cubano, vencida por las divisiones de
los mismos cubanos, vencida por las discordias, vencida por el
regionalismo, vencida por el caudillismo; es decir, ese enemigo —que
también fue un elemento constante en el proceso revolucionario— dio al
traste con aquella lucha.
Sabido es que, por ejemplo, Máximo Gómez después de invadir la
provincia de Las Villas y obtener grandes éxitos militares fue
prácticamente expulsado de aquella provincia por el regionalismo y por
el localismo. No es esta la oportunidad de analizar el papel de cada
hombre en aquella lucha, interesa analizar el proceso y dejar constancia
de que la discordia, el regionalismo, el localismo y el caudillismo
dieron al traste con aquel heroico esfuerzo de diez años.
Pero también es forzoso reconocer que no se les podía pedir a
aquellos cubanos —a aquellos primeros cubanos que comenzaron a fundar
nuestra patria— el grado de conocimiento y experiencia política, el
grado de conciencia política; más que conciencia —porque ellos tenían
profunda conciencia patriótica— el grado de desarrollo de las ideas
revolucionarias en la actualidad, porque nosotros no podemos analizar
los hechos de aquella época a la luz de los conceptos de hoy, a la luz
de las ideas de hoy. Porque cosas que hoy son absolutamente claras,
verdades incuestionables, no lo eran ni lo podían ser todavía en aquella
época. Las comunicaciones eran difíciles, los cubanos tenían que
luchar en medio de una gran adversidad, incesantemente perseguidos y,
desde luego, no podía pedírseles que en aquel entonces no se suscitaran
estos problemas —problemas que se volvieron a suscitar en la lucha de
1895, problemas que se volvieron a suscitar en la segunda mitad de este
siglo a lo largo del proceso revolucionario.
Pero cuando debilitadas las fuerzas cubanas por la discordia arreció
el enemigo su ofensiva, entonces también empezaron a evidenciarse las
vacilaciones de aquellos elementos que habían tenido menos firmeza
revolucionaria. Y es en esos instantes —en el instante de la Paz del
Zanjón, que puso fin a aquella heroica guerra— cuando emerge, con toda
su fuerza y toda su extraordinaria talla, el personaje más
representativo del pueblo, el personaje más representativo de Cuba en
aquella guerra, venido de las filas más humildes del pueblo, que fue
Antonio Maceo (APLAUSOS).
Aquella década dio hombres extraordinarios, increíblemente
meritorios, comenzando por Céspedes, continuando por Agramonte, Máximo
Gómez, Calixto García, e infinidad de figuras que sería interminable
enumerar. Y no se trata de medir ni mucho menos los méritos de cada
cual —que fueron méritos extraordinarios— sino simplemente de explicar
cómo se fue desarrollando aquel proceso y cómo en el momento en que
aquella lucha de diez años iba a terminar surge aquella figura, surge el
espíritu y la conciencia revolucionaria radicalizada, simbolizada en
ese instante en la persona de Antonio Maceo, que frente al hecho
consumado del Zanjón —aquel Pacto que más que un pacto fue realmente una
rendición de las armas cubanas— expresa en la histórica Protesta de
Baraguá su propósito de continuar la lucha, expresa el espíritu más
sólido y más intransigente de nuestro pueblo declarando que no acepta el
Pacto del Zanjón. Y efectivamente, continúa la guerra.
Ya incluso después de haberse llegado a los acuerdos Maceo libra una
serie de combates victoriosos y aplastantes contra las fuerzas
españolas. Pero en aquel momento Maceo, reducido a su condición de jefe
de una parte de las tropas de la provincia de Oriente, Maceo negro
—cuando todavía subsistía mucho el racismo y los prejuicios— no pudo
contar naturalmente con el apoyo de todo el resto de los combatientes
revolucionarios, porque desgraciadamente todavía entre muchos
combatientes y muchos dirigentes de aquellos combatientes subsistía el
prejuicio reaccionario e injusto. Por eso, aunque Maceo en aquel
momento salva la bandera, salva la causa y sitúa el espíritu
revolucionario del pueblo naciente de Cuba en su nivel más alto, no
pudo, pese a su enorme capacidad y heroísmo, seguir manteniendo aquella
guerra y se vio en la necesidad de hacer un receso en espera de las
condiciones que le permitiesen reanudar otra vez el combate.
Pero la derrota de las fuerzas revolucionarias en 1878 trajo también
sus secuelas políticas. A la sombra de la derrota, a la sombra del
desengaño, otra vez de nuevo aquellos sectores, representantes décadas
atrás de la corriente anexionista y de la corriente reformista,
volvieron a la carga para propugnar una nueva corriente política, que
era la corriente del autonomismo, para oponerse, naturalmente, a las
tesis radicales de la independencia y a las tesis radicales acerca del
método y del único camino para obtener aquella independencia, que era la
lucha armada.
De manera que después de la Guerra de los Diez Años, en el
pensamiento político, o en la historia del pensamiento político cubano,
surge de nuevo la corriente pacifista, la corriente conciliatoria, la
corriente que se opone a las tesis radicales que habían representado los
cubanos en armas. De la misma manera vuelven a surgir las corrientes
anexionistas en un grado determinado, corrientes incluso en los primeros
tiempos de la Guerra de los Diez Años, cuando todavía muchos cubanos
ingenuamente veían en la nación norteamericana el prototipo del país
libre, del país democrático, y recordaban sus luchas por la
independencia, la Declaración de la Independencia de Washington, la
política de Lincoln; todavía había cubanos a principios de la guerra de
1868 que tenían resabios o residuos de aquella corriente anexionista,
que fue desapareciendo en ellos a lo largo de la lucha armada.
Se inicia una etapa de casi 20 años entre 1878 y 1895. Esa etapa
tiene también una importancia muy grande en el desarrollo de la
conciencia política del país. Las banderas revolucionarias no fueron
abandonadas, las tesis radicales no fueron olvidadas. Sobre aquella
tradición creada por el pueblo de Cuba, sobre aquella conciencia
engendrada en el heroísmo y en la lucha de diez años, comenzó a brotar
el nuevo y aún más radical y avanzado pensamiento revolucionario.
Aquella guerra engendró numerosos líderes de extracción popular, pero
también aquella guerra inspiró a quien fue sin duda el más genial y el
más universal de los políticos cubanos, a José Martí (APLAUSOS).
Martí era muy joven cuando se inició la Guerra de los Diez Años.
Padeció cárcel, padeció exilio; su salud era muy débil, pero su
inteligencia extraordinariamente poderosa. Fue en aquellos años de
estudiante paladín de la causa de la independencia, y fue capaz de
escribir algunos de los mejores documentos de la historia política de
nuestro país cuando prácticamente no había cumplido todavía 20 años.
Derrotadas las armas cubanas, por las causas expresadas, en 1878,
Martí se convirtió sin duda en el teórico y en el paladín de las ideas
revolucionarias. Martí recogió las banderas de Céspedes, de Agramonte y
de los héroes que cayeron en aquella lucha de diez años, y llevó las
ideas revolucionarias de Cuba en aquel período a su más alta expresión.
Martí conocía los factores que dieron al traste con la Guerra de los
Diez Años, analizó profundamente las causas, y se dedicó a preparar la
nueva guerra. Y la estuvo preparando durante casi 20 años, sin desmayar
un solo instante, desarrollando la teoría revolucionaria, juntando
voluntades, agrupando a los combatientes de la Guerra de los Diez Años,
combatiendo de nuevo —también en el campo de las ideas— a la corriente
autonomista que se oponía a la corriente revolucionaria, combatiendo
también las corrientes anexionistas que de nuevo volvían a resurgir en
la palestra política de Cuba después de la derrota y a la sombra de la
derrota de la Guerra de los Diez Años.
Martí predica incesantemente sus ideas; Martí organiza los emigrados;
Martí organiza prácticamente el primer partido revolucionario, es
decir, el primer partido para dirigir una revolución, el primer partido
que agrupara a todos los revolucionarios. Y con una tenacidad, una
valentía moral y un heroísmo extraordinarios, sin otros recursos que su
inteligencia, su convicción y su razón, se dedicó a aquella tarea.
Y debemos decir que nuestra patria cuenta con el privilegio de poder
disponer de uno de los más ricos tesoros políticos, una de las más
valiosas fuentes de educación y de conocimientos políticos, en el
pensamiento, en los escritos, en los libros, en los discursos y en toda
la extraordinaria obra de José Martí.
Y a los revolucionarios cubanos más que a nadie nos hace falta tanto
cuanto sea posible ahondar en esas ideas, ahondar en ese manantial
inagotable de sabiduría política, revolucionaria y humana.
No tenemos la menor duda de que Martí ha sido el más grande pensador
político y revolucionario de este continente. No es necesario hacer
comparaciones históricas. Pero si analizamos las circunstancias
extraordinariamente difíciles en que se desenvuelve la acción de Martí:
desde la emigración luchando sin ningún recurso contra el poder de la
colonia después de una derrota militar, contra aquellos sectores que
disponían de la prensa y disponían de los recursos económicos para
combatir las ideas revolucionarias; si tenemos en cuenta que Martí
desarrollaba esa acción para libertar a un país pequeño dominado por
cientos de miles de soldados armados hasta los dientes, país sobre el
cual se cernía no solo aquella dominación sino un peligro mucho mayor
todavía; el peligro de la absorción por un vecino poderoso, cuyas garras
imperialistas comenzaban a desarrollarse visiblemente; y que Martí
desde allí, con su pluma, con su palabra, a la vez que trataba de
inspirar a los cubanos y formar su conciencia para superar las
discordias y los errores de dirección y de método que dieron al traste
con la Guerra de los Diez Años, a la vez que unir en un mismo
pensamiento revolucionario a los emigrados, a la vieja generación que
inició la lucha por la independencia y a las nuevas generaciones, unir a
aquellos destacadísimos y prestigiosos héroes militares, se enfrentaba
en el terreno de las ideas a las campañas de España en favor de la
colonia, a las campañas de los autonomistas en favor de procedimientos
leguleyescos y electorales y engañosos que no conducirían a nuestra
patria a ningún fin, y se enfrentaba a las nuevas corrientes
anexionistas que surgían de aquella situación, y se enfrentaba al
peligro de la anexión, no ya tanto en virtud de la solicitud de aquellos
sectores acomodados que décadas atrás la habían solicitado para
mantener la institución de la esclavitud sino en virtud del desarrollo
del poderío económico y político de aquel país que ya se insinuaba como
la potencia imperialista que es hoy. Teniendo en cuenta esas
extraordinarias circunstancias, esos extraordinarios obstáculos, bien
podemos decir que el Apóstol de nuestra independencia se enfrentó a
dificultades tan grandes y a problemas tan difíciles como no se tuvo que
enfrentar jamás ningún dirigente revolucionario y político en la
historia de este continente.
Y así surgió en el firmamento de nuestra patria esa estrella todo
patriotismo, todo sensibilidad humana, todo ejemplo, que junto con los
héroes de las batallas, junto con Maceo y Máximo Gómez, inició de nuevo
la guerra por la independencia de Cuba.
¿Y qué se puede parecer más a aquella lucha de ideas de entonces que
la lucha de las ideas hoy? ¿Qué se puede parecer más a aquella
incesante prédica martiana por la guerra necesaria y útil como único
camino para obtener la libertad, aquella tesis martiana en favor de la
lucha revolucionaria armada (APLAUSOS) que las tesis que tuvo que
mantener en la última etapa del proceso el movimiento revolucionario en
nuestra patria, enfrentándose también a los grupos electoralistas, a los
politiqueros, a los leguleyos, que venían a proponerle al país remedios
que durante 50 años no habían sido capaces de solucionar uno solo de
sus males, y agitando el temor a la lucha, el temor al camino
revolucionario verdadero, que era el camino de la lucha armada
revolucionaria? ¿Y qué se puede parecer más a aquella prédica incesante
de Martí que la prédica de los verdaderos revolucionarios que en el
ámbito de otros países de América Latina tienen también la necesidad de
defender sus tesis revolucionarias frente a las tesis leguleyescas,
frente a las tesis reformistas, frente a las tesis politiqueras?
Y es que a lo largo de este proceso las mismas luchas se han ido
repitiendo en un período u otro, aunque —desde luego— no en las mismas
circunstancias ni en el mismo nivel.
Martí se enfrenta a aquellas ideas. Y se inicia la Guerra de 1895,
guerra igualmente llena de páginas extraordinariamente heroicas, llena
de increíbles sacrificios, llena de grandes proezas militares; guerra
que, como todos sabemos, no culminó en los objetivos que perseguían
nuestros antepasados, no culminó en el triunfo definitivo de la causa,
aunque ninguna de nuestras luchas culminó realmente en derrota, porque
cada una de ellas fue un paso de avance, un salto hacia el futuro. Pero
es lo cierto que al final de aquella lucha la colonia española, el
dominio español, es sustituido por el dominio de Estados Unidos en
nuestro país, dominio político y militar, a través de la intervención.
Los cubanos habían luchado 30 años; decenas y decenas de miles de
cubanos habían muerto en los campos de batalla, cientos de miles
perecieron en aquella contienda, mientras los yankis perdieron apenas
unos cuantos cientos de soldados en Santiago de Cuba. Y se apoderaron
de Puerto Rico, se apoderaron de Cuba, aunque con un statu quo
diferente; se apoderaron del archipiélago de Filipinas, a 10 000
kilómetros de distancia de Estados Unidos, y se apoderaron de otras
posesiones. Algo de lo que más temían Martí y Maceo. Porque ya la
conciencia política y el pensamiento revolucionario se habían
desarrollado tanto, que los dirigentes fundamentales de la Guerra de
1895 tenían ideas clarísimas, absolutamente claras, acerca de los
objetivos, y repudiaban en lo más profundo de su corazón la idea del
anexionismo; y no solo ya el anexionismo, sino incluso la intervención
de Estados Unidos en esa guerra.
Esta noche se leyó aquí uno de los párrafos más conocidos del
pensamiento martiano, aquel que escribió vísperas de su muerte, que
prácticamente es el testamento, en que le dice a un amigo el fondo de su
pensamiento, una de las cosas por las que había luchado, aunque había
tenido que hacerlo discretamente; una de las cosas que había inspirado
su conducta y su vida, una de las cosas que en el fondo le inspiraba más
júbilo, que era estar viviendo ya en el campo de batalla, en la
oportunidad de dar su vida para “con la independencia de Cuba impedir
que Estados Unidos se extendiese, apoderándose de las Antillas, por el
resto de América con una fuerza más”.
Este es uno de los documentos más reveladores y más profundos y más
caracterizadores del pensamiento profundamente revolucionario y radical
de Martí, que ya califica al imperialismo como lo que es, que ya
vislumbra su papel en este continente, y que con un examen que bien
pudiera atribuirse a un marxista, por su profundo análisis, por su
sentido dialéctico, por su capacidad de ver que en las insolubles
contradicciones de aquella sociedad se engendraba su política hacia el
resto del mundo, Martí en fecha tan temprana como en 1895 fue capaz de
escribir aquellas cosas y de ver tan profundamente en el porvenir.
Martí escribió con toda la fuerza de su elocuencia y fustigó
duramente las corrientes anexionistas como las peores en el seno del
pensamiento político de Cuba. Y no solo Martí, sino Maceo asombra
también a nuestra generación por la clarividencia, por la profundidad
con que fue capaz de analizar también el fenómeno imperialista.
Es conocido que en alguna ocasión, cuando un joven se acercó a Maceo
para hablarle de la posibilidad de que la estrella de Cuba figurara como
una más en la constelación de Estados Unidos, respondió que aunque lo
creía imposible, ese sería tal vez el único caso en que él estaría al
lado de España.
Y también, como Martí, unos días antes de su muerte escribe con una
claridad extraordinaria su oposición decidida a la intervención de
Estados Unidos en la contienda de Cuba, y es cuando dice que “preferible
es subir o caer sin ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino
tan poderoso”. Palabras proféticas, palabras inspiradas, que uno y
otro de nuestros dos más caracterizados adalides de aquella Guerra de
1895 expresaron unos días antes de su muerte.
Y todos sabemos cómo sucedieron los acontecimientos. Cómo cuando el
poder de España estaba virtualmente agotado, movido por ansias puramente
imperialistas, el gobierno de Estados Unidos participa en la guerra,
después de 30 años de lucha. Con la ayuda de los soldados mambises
desembarcan, toman la ciudad de Santiago de Cuba, hunden la escuadra del
almirante Cervera, que no era más que una colección propia de museo,
más que escuadra, y que por puro y tradicional quijotismo la enviaron a
que la hundieran a cañonazos, sirviendo prácticamente de tiro al blanco a
los acorazados americanos, a la salida de Santiago de Cuba. Y entonces
a Calixto García ni siquiera lo dejaron entrar en Santiago de Cuba.
Ignoraron por completo al Gobierno Revolucionario en Armas, ignoraron
por completo a los líderes de la revolución; discutieron con España sin
la participación de Cuba; deciden la intervención militar de sus
ejércitos en nuestro país. Se produce la primera intervención, y de
hecho se apoderaron militar y políticamente de nuestro país.
Al pueblo no se le hizo verdadera conciencia de eso. Porque ¿quién
podía estar interesado en hacerle conciencia de esa monstruosidad?
¿Quiénes? ¿Los antiguos autonomistas? ¿Los antiguos reformistas? ¿Los
antiguos anexionistas? ¿Los antiguos esclavistas? ¿Quiénes? ¿Los que
habían sido aliados de la Colonia durante las guerras? ¿Quiénes? ¿Los
que no querían la independencia de Cuba sino la anexión con Estados
Unidos? Esos no podían tener ningún interés en enseñarle a nuestro
pueblo estas verdades históricas, amarguísimas.
¿Qué nos dijeron en la escuela? ¿Qué nos decían aquellos
inescrupulosos libros de historia sobre los hechos? Nos decían que la
potencia imperialista no era la potencia imperialista, sino que lleno de
generosidad el gobierno de Estados Unidos, deseoso de darnos la
libertad, había intervenido en aquella guerra y que, como consecuencia
de eso, éramos libres. Pero no éramos libres por los cientos de miles
de cubanos que murieron 30 años en los combates (APLAUSOS), no éramos
libres por el gesto heroico de Carlos Manuel de Céspedes, el Padre de la
Patria (APLAUSOS), que inició aquella lucha, que incluso prefirió que
le fusilaran al hijo antes de hacer una sola concesión; no éramos libres
por el esfuerzo heroico de tantos cubanos, no éramos libres por la
prédica de Martí, no éramos libres por el esfuerzo heroico de Máximo
Gómez, Calixto García y todos aquellos próceres ilustres; no éramos
libres por la sangre derramada por las veinte y tantas heridas de
Antonio Maceo y su caída heroica en Punta Brava (APLAUSOS); éramos
libres sencillamente porque Teodoro Roosevelt desembarcó con unos
cuantos “rangers” en Santiago de Cuba para combatir contra un ejército
agotado y prácticamente vencido, o porque los acorazados americanos
hundieron a los “cacharros” de Cervera frente a la bahía de Santiago de
Cuba.
Y esas monstruosas mentiras, esas increíbles falsedades eran las que se enseñaban en nuestras escuelas.
Y tal vez tan pocas cosas nos puedan ayudar a ser revolucionarios
como recordar hasta qué grado de infamia se había llegado, hasta qué
grado de falseamiento de la verdad, hasta qué grado de cinismo en el
propósito de destruir la conciencia de un pueblo, su camino, su destino;
hasta qué grado de ignorancia criminal de los méritos y las virtudes y
la capacidad de este pueblo —pueblo que hizo sacrificios como muy pocos
pueblos hicieron en el mundo— para arrebatarle la confianza en sí mismo,
para arrebatarle la fe en su destino.
Y de esta manera, los que cooperaron con España en los 30 años, los
que lucharon en la colonia, los que hicieron derramar la sangre de los
mambises, aliados ahora con los interventores yankis, aliados con los
imperialistas yankis, pretendieron hacer lo que no habían podido hacer
en 30 años, pretendieron incluso escribir la historia de nuestra patria
amañándola y ajustándola a sus intereses, que eran sus intereses
anexionistas, sus intereses imperialistas, sus intereses anticubanos y
contrarrevolucionarios.
¿Con quiénes se concertaron los imperialistas en la intervención? Se
concertaron con los comerciantes españoles, con los autonomistas. Hay
que decir que en aquel primer gobierno de la república había varios
ministros procedentes de las filas autonomistas que habían condenado a
la revolución. Se aliaron con los terratenientes, se aliaron con los
anexionistas, se aliaron con lo peor, y al amparo de la intervención
militar y al amparo de la Enmienda Platt empezaron, sin escrúpulos de
ninguna índole, a amañar la república y a preparar las condiciones para
apoderarse de nuestra patria.
Es necesario que esta historia se sepa, es necesario que nuestro
pueblo conozca su historia, es necesario que los hechos de hoy, los
méritos de hoy, los triunfos de hoy, no nos hagan caer en el injusto y
criminal olvido de las raíces de nuestra historia; es necesario que
nuestra conciencia de hoy, nuestras ideas de hoy, nuestro desarrollo
político y revolucionario de hoy —instrumentos que poseemos hoy que no
podían poseer en aquellos tiempos los que iniciaron esta lucha— no nos
conduzca a subestimar por un instante ni a olvidar por un instante que
lo de hoy, el nivel de hoy, la conciencia de hoy, los éxitos de hoy más
que éxitos de esta generación son, y debemos decirlo con toda
sinceridad, éxitos de los que un día como hoy, hace 100 años, se
levantaron aquí en este mismo sitio y libertaron a los esclavos y
proclamaron la independencia e iniciaron el camino del heroísmo e
iniciaron el camino de aquella lucha que sirvió de aliento y de ejemplo a
todas las generaciones subsiguientes (APLAUSOS).
Y en ese ejemplo se inspiró la generación del 95, en ese ejemplo se
inspiraron los combatientes revolucionarios a lo largo de los 60 años de
república amañada; en ese ejemplo de heroísmo, en esa tradición se
inspiraron los combatientes que libraron las últimas batallas en nuestro
país.
Y eso no es algo que se diga hoy como de ocasión porque conmemoramos
un aniversario, sino algo que se ha dicho siempre y que se ha dicho
muchas veces y que se dijo en el Moncada y que se dijo siempre. Porque
allí cuando los jueces preguntaron quién era el autor intelectual del
ataque al cuartel Moncada, sin vacilación nosotros respondimos: “¡Martí
fue el autor intelectual del ataque al cuartel Moncada!” (APLAUSOS.)
Es posible que la ignorancia de la actual generación, o el olvido de
la actual generación, o la euforia de los éxitos actuales, puedan llevar
a la subestimación de lo mucho que nuestro pueblo les debe, de todo lo
que nuestro pueblo les debe a estos luchadores.
Ellos fueron los que prepararon el camino, ellos fueron los que
crearon las condiciones y ellos fueron los que tuvieron que apurar los
tragos más amargos: el trago amargo del Zanjón, el cese de la lucha en
1878; el trago amarguísimo de la intervención yanki, el trago
amarguísimo de la conversión de este país en una factoría y en un pontón
estratégico —como temía Martí—; el trago amarguísimo de ver a los
oportunistas, a los politiqueros, a los enemigos de la revolución,
aliados con los imperialistas, gobernando este país. Ellos tuvieron que
vivir aquella amarguísima experiencia de ver cómo a este país lo
gobernaba un embajador yanki; o cómo un funcionario insolente, a bordo
de un acorazado, se anclaba en la bahía de La Habana a dictarle
instrucciones a todo el mundo: a los ministros, al Jefe del Ejército,
al Presidente, a la Cámara de Representantes, al Senado.
Y lo que decimos son hechos conocidos, son hechos históricamente
probados. Es decir, no tanto conocidos como probados, porque realmente
las masas durante mucho tiempo lo ignoraron, durante mucho tiempo las
engañaron. Y es necesario revolver los archivos, exhumar los documentos
para que nuestro pueblo, nuestra generación de hoy tenga una clara idea
de cómo gobernaban los imperialistas, qué tipo de memorándums, qué tipo
de papeles y qué tipo de insolencias usaban para gobernar a este país,
al que se pretendía llamar país libre, independiente y soberano; para
que nuestro pueblo conozca qué clase de libertadores eran esos, los
procedimientos burdos y repugnantes que usaban en sus relaciones con
este país, que nuestra generación actual debe conocer. Y si no los
conoce, su conciencia revolucionaria no estará suficientemente
desarrollada. Si las raíces y la historia de este país no se conocen,
la cultura política de nuestras masas no estará suficientemente
desarrollada. Porque no podríamos siquiera entender el marxismo, no
podríamos siquiera calificarnos de marxistas si no empezásemos por
comprender el propio proceso de nuestra Revolución, y el proceso del
desarrollo de la conciencia y del pensamiento político y revolucionario
en nuestro país durante cien años (APLAUSOS). Si no entendemos eso, no
sabremos nada de política.
Y desde luego, desgraciadamente, mucho tiempo hemos vivido ignorantes de muchos hechos de la historia.
Porque si el interés de los que se aliaron aquí con los imperialistas
era ocultar la historia de Cuba, deformar la historia de Cuba, eclipsar
el heroísmo, el mérito extraordinario, el pensamiento y el ejemplo de
nuestros héroes, los que realmente están llamados y tienen que ser los
más interesados en divulgar esa historia, en conocer esa historia, en
conocer esas raíces, en divulgar esas verdades, somos los
revolucionarios.
Ellos tenían tantas razones para ocultar esa historia e ignorarla,
como razones tenemos nosotros para demandar que esa historia, desde el
10 de octubre de 1868 hasta hoy, se conozca en todas sus etapas. Y esa
historia tiene pasajes muy duros, muy dolorosos, muy amargos, muy
humillantes, desde la Enmienda Platt hasta 1959.
Y debe también conocer nuestro pueblo cómo se apoderaron los
imperialistas de nuestra economía. Y eso, desde luego, lo sabe nuestro
pueblo en carne propia. No saben cómo fue pero fue.
Y saben los hombres y mujeres de este país, sobre todo los de esta
provincia donde se inició la lucha, donde siempre se combatió por la
libertad del país, cómo fue aquello que de repente todo pasó de manos de
los españoles a manos de los americanos. Cómo fue aquello y por qué
los ferrocarriles, los servicios eléctricos, las mejores tierras, los
centrales azucareros, las minas y todo fue a parar a manos de ellos. Y
cómo se produjo aquel fenómeno. Y qué es aquel fenómeno en virtud del
cual en este país, donde por los años 1915 ó 1920 había que traer
trabajadores de otras Antillas porque no alcanzaban los brazos, algunas
décadas después —en los años veintitantos, treintitantos, cuarentitantos
y cincuentitantos, cada vez peor— había más hombres sin empleo, había
más familias abandonadas, había más ignorancia. Cómo y por qué en este
país donde hoy los brazos no alcanzan —los brazos liberados— para
desarrollar las riquezas infinitas de nuestro suelo, para desarrollar
las capacidades ilimitadas de nuestro pueblo, sin embargo los hombres
tenían que cruzarse de brazos meses enteros y mendigar un trabajo, no ya
en tiempo muerto sino en la zafra.
Y cómo era posible que en esas tierras que regaron con su sangre
decenas de miles de nuestros antepasados, decenas de miles de nuestros
mambises; cómo era posible que en esa tierra regada por su sangre, el
cubano en la república mediatizada no tuviera el derecho, no digo ya de
recoger el pan, no tenía siquiera el derecho a derramar su sudor. De
manera que donde nuestros luchadores por la independencia derramaron su
sangre por la felicidad de este país, sus hermanos, sus descendientes,
sus hijos, no tenían siquiera el derecho de derramar el sudor para
ganarse el pan.
¿Qué república era aquella que ni siquiera el derecho al trabajo del
hombre estaba garantizado? (APLAUSOS.) ¿Qué república era aquella
donde no ya el pan de la cultura, tan esencial al hombre, sino el pan de
la justicia, la posibilidad de la salud frente a la enfermedad, a la
epidemia, no estaban garantizados? ¿Qué república era aquella que no
brindaba a los hijos del pueblo —que dio cientos de miles de vidas, pero
que dio cientos de miles de vidas cuando aquella población de
verdaderos cubanos no llegaba a un millón; pueblo que se inmoló en
singular holocausto— la menor oportunidad? ¿Qué república era aquella
donde el hombre no tenía siquiera garantizado el derecho al trabajo, el
derecho a ganarse el pan en aquella tierra tantas veces regada con
sangre de patriotas?
Y nos pretendían vender aquello como república, nos pretendían
brindar aquello como Estado justo. Y en pocas regiones del país como en
Oriente estas cosas se vivieron, estas experiencias se vivieron en
carne propia; desde las decenas de miles de campesinos que tuvieron que
refugiarse allá en las montañas hasta las faldas del Pico Turquino para
poder vivir, a los hombres, a los trabajadores azucareros que vivieron o
cuyos padres vivieron aquellos años terribles. ¡Y qué porvenir
esperaba a este país!
Pero el hecho fue que los yankis se apoderaron de nuestra economía. Y
si en 1898 poseían inversiones en Cuba por valor de 50 millones, en
1906 unos 160 millones en inversiones, y 1 450 millones de pesos en
inversiones en 1927.
No creo que haya otro país donde se haya producido en forma tan
increíblemente rápida semejante penetración económica, que condujo a que
los imperialistas se apoderaran de nuestras mejores tierras, de todas
nuestras minas, nuestros recursos naturales; que explotaran los
servicios públicos, se apoderaran de la mayor parte de la industria
azucarera, de las industrias más eficientes, de la industria eléctrica,
de los teléfonos, de los ferrocarriles, de los negocios más importantes,
y también de los bancos.
Al apoderarse de los bancos, prácticamente podían empezar a comprar
el país con dinero de los cubanos, porque en los bancos se deposita el
dinero de los que tienen algún dinero y lo guardan, poco o mucho. Y los
dueños de los bancos manejaban aquel dinero.
De esta forma, en 1927, cuando no habían transcurrido 30 años, las
inversiones imperialistas en Cuba se habían elevado a 1 450 millones de
pesos. Se habían apoderado de todo con el apoyo de los anexionistas o
neo-anexionistas, de los autonomistas, de los que combatieron la
independencia de Cuba. Con el apoyo de los gobiernos interventores se
hicieron concesiones increíbles.
Un tal Preston compró 75 000 hectáreas de tierra en 1901, en la zona
de la bahía de Nipe por 400 000 dólares, es decir, a menos de seis
dólares la hectárea de esas tierras. Y los bosques que cubrían todas
esas hectáreas de maderas preciosas, que fueron consumidas en las
calderas de los centrales, valían muchas veces, incomparables veces esa
suma de dinero.
Vinieron con sus bolsillos rebosantes a un pueblo empobrecido por 30
años de lucha, a comprar de las mejores tierras de este país a menos de
seis dólares la hectárea.
Y un tal McCan compró 32 000 hectáreas ese mismo año al sur de pinar
del Río. Y un tal James —si mal no recuerdo— ese mismo año compró en
Puerto Padre 27 000 hectáreas de tierra.
Es decir que en un solo año adquirieron mucho más de 10 000
caballerías de las mejores tierras de este país, con sus bolsillos
repletos de billetes, a un pueblo que padecía la miseria de 30 años de
lucha. Y así, sin derramar sangre y gastando un mínimo de sus riquezas,
se fueron apoderando de este país.
Y esa historia debe conocerla nuestro pueblo.
No sé cómo es posible que habiendo tareas tan importantes, tan
urgentes como la necesidad de la investigación en la historia de este
país, en las raíces de este país, sin embargo, son tan pocos los que se
han dedicado a esas tareas. Y antes prefieren dedicar sus talentos a
otros problemas, muchos de ellos buscando éxitos baratos mediante
lectura efectista, cuando tienen tan increíble caudal, tan increíble
tesoro, tan increíble riqueza para ahondar primero que nada y para
conocer primero que nada las raíces de este país. Nos interesa más que
corrientes que por snobismo puro se trata de introducir en nuestra
cultura, la tarea seria, la tarea necesaria, la tarea imprescindible, la
tarea justa de ahondar y de profundizar en las raíces de este país.
Y nosotros debemos saber, como revolucionarios, que cuando decimos de
nuestro deber de defender esta tierra, de defender esta patria, de
defender esta Revolución, hemos de pensar que no estamos defendiendo la
obra de 10 años, hemos de pensar que no estamos defendiendo la
revolución de una generación: ¡Hemos de pensar que estamos defendiendo
la obra de cien años! (APLAUSOS.) ¡Hemos de pensar que no estamos
defendiendo aquello por lo cual cayeron miles de nuestros compañeros,
sino aquello por lo cual cayeron cientos de miles de cubanos a lo largo
de cien años! (APLAUSOS.)
Con el advenimiento de la victoria de 1959, se planteó en nuestro
país de nuevo —y en un plano más elevado aún— problemas fundamentales de
la vida de nuestro pueblo. Porque si bien en 1868 se discutía la
abolición o no de la esclavitud, se discutía la abolición o no de la
propiedad del hombre sobre el hombre, ya en nuestra época, ya en nuestro
siglo, ya al advenimiento de nuestra revolución, la cuestión
fundamental, la cuestión esencial, la que habría de definir el carácter
revolucionario de esta época y de esta revolución, ya no era la cuestión
de la propiedad del hombre sobre el hombre, sino de la propiedad del
hombre sobre los medios de sustento para el hombre.
Si entonces se discutía si un hombre podía tener 10 y 100 y 1 000
esclavos, ahora se discutía si una empresa yanki, si un monopolio
imperialista tenía derecho a poseer 1 000, 5 000, 10 000 ó 15 000
caballerías de tierra; ahora se discutía el derecho que podían tener los
esclavistas de ayer a ser dueños de las mejores tierras de nuestro
país. Si entonces se discutía el derecho del hombre a poseer la
propiedad sobre el hombre, ahora se discutía el derecho que podía tener
un monopolio o quien fuera, aquel propietario de un banco donde se
reunía el dinero de todos los que depositaban allí, si un monopolio o un
oligarca tenía derecho a ser dueño de un central azucarero donde
trabajaba un millar de obreros; si era justo que un monopolio o un
oligarca fuera dueño de una central termoeléctrica, de una mina, de una
industria cualquiera que valía decenas de miles o cientos de miles, o
millones o decenas de millones de pesos; si era justo que una minoría
explotadora poseyera cadenas de almacenes sin otro destino que
enriquecerse encareciendo todos los bienes que este país importaba. Si
en el siglo pasado se discutía el derecho del hombre a ser propietario
de otros hombres, en este siglo —en dos palabras— se discutía el derecho
de los hombres a ser propietarios de los medios de los que tiene que
vivir el hombre.
Y ciertamente no era más que una libertad ficticia. Y no podía haber
abolición de esclavitud si formalmente los hombres eran liberados de
ser propiedad de otros hombres y en cambio la tierra y la industria —de
la cual tendrían que vivir— eran y seguían siendo propiedad de otros
hombres. Y los que ayer esclavizaron al hombre de manera directa, en
esta época esclavizaban al hombre y lo explotaban de manera igualmente
miserable a través del monopolio de las riquezas del país y de los
medios de sustentación del hombre.
Por eso si una revolución en 1868 para llamarse revolución tenía que
comenzar por dar libertad a los esclavos, una revolución en 1959, si
quería tener el derecho a llamarse revolución, tenía como cuestión
elemental la obligación de liberar las riquezas del monopolio de una
minoría que las explotaba en beneficio de su provecho exclusivo, liberar
a la sociedad del monopolio de una riqueza en virtud de la cual una
minoría explotaba al hombre.
¿Y qué diferencia había entre el barracón del esclavo en 1868 y el
barracón del obrero asalariado en 1958? ¿Qué diferencia, como no fuera
que —supuestamente libre el hombre— los dueños de las plantaciones y de
los centrales en 1958 no se preocupaban si aquel obrero se moría de
hambre, porque si aquel se moría había otros diez obreros esperando para
realizar el trabajo? Si se moría, como ya no era una propiedad suya
que compraba y vendía en el mercado, no le importaba siquiera si se
moría o no un trabajador, su mujer o sus hijos. Estas son verdades que
los orientales conocen demasiado bien.
Y así fue suprimida la propiedad directa del hombre sobre el hombre y
perduró la propiedad del hombre sobre el hombre a través de la
propiedad y el monopolio de las riquezas y de los medios de vida del
hombre (APLAUSOS). Y suprimir y erradicar la explotación del hombre por
el hombre era suprimir el derecho de la propiedad sobre aquellos
bienes, suprimir el derecho al monopolio sobre aquellos medios de vida
que pertenecen y deben pertenecer a toda la sociedad.
Si la esclavitud era una institución salvaje y repugnante,
explotadora directa del hombre, el capitalismo era también igualmente
una institución salvaje y repugnante que debía ser abolida. Y si la
abolición de la esclavitud era comprendida totalmente por las
generaciones contemporáneas, también algún día las generaciones
venideras, los niños de las escuelas, se asombrarán de que les digan que
un monopolio extranjero —administrándolo a través de un funcionario
insolente— era dueño de 10 000 caballerías de tierra donde allí mandaba
como amo y señor, era dueño de vidas y de haciendas, tanto como nosotros
nos asombramos hoy de que un día un señor fuera propietario de decenas y
de cientos y aun de miles de esclavos (APLAUSOS).
Y tan racional como le parecía a la generación contemporánea un
hombre amarrado a un grillo, igualmente monstruoso les parecerá a las
generaciones venideras, mucho más que a nuestra propia generación.
Porque los pueblos muchas veces se acostumbran a ver cosas monstruosas
sin darse cuenta de su monstruosidad, y se acostumbran a ver algunos
fenómenos sociales con la misma naturalidad con que se ve aparecer la
Luna por la noche o el Sol por la mañana o la lluvia o la enfermedad, y
acaban por adaptarse a ver instituciones monstruosas como plagas tan
naturales como las enfermedades.
Y, claro está, no eran precisamente los privilegiados que
monopolizaban las riquezas de este país quienes iban a educar al pueblo
en estas ideas, en estos conceptos, quienes iban a abrirles los ojos,
quienes iban a mandarles un alfabetizador, quienes iban a abrirles una
escuela. No eran las minorías privilegiadas y explotadoras las que
habrían de reivindicar la historia de nuestro país, las que habrían de
reivindicar el proceso, las que habrían de honrar dignamente a los que
hicieron posible el destino ulterior de la patria. Porque quienes no
estuvieran interesados en la revolución sino en impedir las
revoluciones, quienes no estuvieran interesados en la justicia sino en
medrar y enriquecerse de la injusticia, no podrían estar jamás
interesados en enseñar a un pueblo su hermosa historia, su justiciera
revolución, su heroica lucha en pro de la dignidad y de la justicia
(APLAUSOS).
Y por eso a esta generación le tocó vivir las experiencias de manera
muy directa, y le tocó conocer también de expediciones organizadas en
tierras extranjeras, precedidas de los bombardeos y de los ataques
piratas, organizadas allí por los “prohombres” del imperialismo,
organizadas acá por los que en solo 30 años se habían apoderado de la
riqueza de este país para aplastar la revolución y para establecer de
nuevo el monopolio de las riquezas por minorías privilegiadas
explotadoras del hombre.
Le correspondió a esta generación ver también los anexionistas de
hoy, los débiles de todos los tiempos, los Voluntarios de hoy —es decir,
no en el sentido que hoy tiene la palabra, o en el sentido que hoy
tiene la palabra guerrillero sino en el sentido de ayer—, Voluntarios de
ayer, guerrilleros de ayer, que así se llamaban en aquella época a los
que perseguían a los combatientes revolucionarios, a los que asesinaron a
los estudiantes, a los que macheteaban a los mambises heridos cuando
trataban de restablecerse en sus pobres y desvalidos e indefensos
hospitales de sangre.
Esos los vemos en los que hoy tratan de destruir la riqueza del país,
en los que hoy sirven a los imperialistas, en los que hoy —cobardes e
incapaces del trabajo y del sacrificio— se mudan hacia allá. Cuando
llegó aquí la hora del trabajo, cuando llegó la hora de edificar la
patria, cuando llegó la hora de liberar los recursos naturales y humanos
para cumplir el destino de nuestro pueblo, lo abandonan y se ponen allá
de parte de sus amos al servicio de la causa infamante del
imperialismo, enemigo no solo de nuestro pueblo sino enemigo de todos
los pueblos del mundo.
De manera que a esta generación le ha correspondido conocer las
experiencias de la lucha, de las luchas en el campo de la ideología, la
lucha contra los electoralistas defendiendo las legítimas tesis
revolucionarias; le tocó conocer la lucha en sí, le tocó conocer las
grandes batallas ideológicas después del triunfo de la Revolución, le
tocó conocer las experiencias del proceso revolucionario, le tocó
enfrentarse al imperialismo yanki, le tocó enfrentarse a sus bloqueos, a
su hostilidad, a sus campañas difamantes contra la Revolución, y le
tocó enfrentarse al tremendo problema del subdesarrollo.
Debemos decir que la lucha se repite en diferente escala, pero
también en diferentes condiciones. En 1868 y en 1895 y durante 60 años
de república mediatizada —o casi 60 años— los revolucionarios eran una
minoría, los instrumentos del poder estaban en manos de los
reaccionarios; los colonialistas, los autonomistas, tenían la fuerza,
tenían el poder, hacían las leyes contra los revolucionarios. Lo mismo
ocurrió durante toda la lucha de 1895 y lo mismo ocurrió hasta 1959.
Hoy nuestro pueblo se enfrenta a corrientes similares, a las mismas
ideas reaccionarias revividas, a los nuevos intérpretes del autonomismo,
del anexionismo; se enfrenta a los proimperialistas y a los
imperialistas. Pero se enfrenta en condiciones muy distintas.
En 1868 los cubanos organizaron su gobierno en la manigua; había
divisiones y discordias propias de todo proceso. También ocurrieron
cosas similares a lo largo de estos cien años. Los heroicos luchadores
proletarios en la república mediatizada —Baliño, Mella, Guiteras, Jesús
Menéndez (APLAUSOS)—, tenían que enfrentarse a los esbirros, a los
explotadores asistidos de sus mayorales y sus guardias rurales, y caían
abatidos por las balas asesinas en el exilio o en la propia tierra, en
México o en El Morrillo o en Manzanillo, o desaparecían como tantos
revolucionarios, como fue desaparecido Paquito Rosales, hijo de este
pueblo (APLAUSOS).
De estos cien años, durante noventa años la revolución no había
podido abarcar todo el país, la revolución no había podido tomar el
poder, la revolución no había podido constituirse en gobierno, la
revolución no había podido desatar las fuerzas formidables del pueblo,
la revolución no había podido echar a andar el país. Y no es que no
hubiese podido porque los revolucionarios de entonces fuesen menos
capaces que los de hoy —¡no, de ninguna forma!—, sino porque los
revolucionarios de hoy tuvieron el privilegio de recoger los frutos de
las luchas duras y amargas de los revolucionarios de ayer. Porque los
revolucionarios de hoy encontramos un camino preparado, una nación
formada, un pueblo realmente con conciencia ya de su comunidad de
intereses; un pueblo mucho más homogéneo, un pueblo verdaderamente
cubano, un pueblo con una historia, la historia que ellos escribieron;
un pueblo con una tradición de lucha, de rebeldía, de heroísmo. Y a la
actual generación le correspondió el privilegio de haber llegado a la
etapa en que el pueblo al fin, al cabo de 90 años, se constituye en
poder, establece su poder. Ya no era el poder de los colonialistas y
sus aliados, ya no era el poder de los imperialistas interventores
yankis y sus aliados, los autonomistas, los neo-anexionistas, los
enemigos de la revolución.
Y por eso, en esta ocasión se constituye el poder del pueblo, el
genuino poder del pueblo y por el pueblo; no el poder frente al pueblo y
contra el pueblo, que había sido el poder conocido durante más de
cuatro siglos, desde la época de la colonia, desde que los españoles en
las cercanías de este sitio quemaron vivo al indio Hatuey hasta que los
esbirros de Batista, vísperas de su derrota, asesinaban y quemaban vivos
a los revolucionarios. Era por primera vez el poder frente a los
monopolios, frente a los intereses, frente a los privilegios, frente a
los poderosos sociales. Era el poder frente al privilegio y contra el
privilegio, era el poder frente a la explotación y contra la
explotación, era el poder frente al colonialismo y contra el
colonialismo, el poder frente al imperialismo y contra el imperialismo.
Era por primera vez el poder con la patria y para la patria, era por
primera vez el poder con el pueblo y para el pueblo (APLAUSOS). Y no
eran las armas de los mercenarios, no eran las armas de los
imperialistas, sino las armas que el pueblo arrebató a sus opresores,
las armas que el pueblo arrebató a los gendarmes y a los guardianes de
los intereses del imperialismo, que pasaron a ser sus armas; pueblo que
pasó a ser un ejército. Tuvo esta generación por primera vez la
oportunidad de comenzar a trabajar desde ese poder nuevo, desde ese
poder revolucionario y extendido a todo el país.
Lógicamente, los enemigos de clase, los explotadores, los oligarcas,
los imperialistas, que poseían 1 450 millones, no podían estar con ese
poder, tenían que estar contra ese poder. Los politiqueros, los
botelleros, los parásitos de toda índole, los especuladores, los
explotadores del juego, del vicio, los propagadores de la prostitución,
los ladrones, los que se robaban descaradamente el dinero de los
hospitales, de las escuelas, de las carreteras, los dueños de decenas de
miles de caballerías de las mejores tierras, de las mejores fábricas,
los explotadores de nuestros campesinos y de nuestros obreros, no podían
estar con ese poder sino contra ese poder.
Y desde entonces el pueblo en el poder desarrolla su lucha, no menos
difícil, no menos dura, frente al imperialismo yanki y contra el
imperialismo yanki, el más poderoso país imperialista, el gendarme de la
reacción en el mundo. Poder acostumbrado a destruir gobiernos, a
destruir gobiernos que insinuaban un camino de liberación, derrocarlos
mediante golpes de Estado o invasiones mercenarias, destruir los
movimientos políticos mediante represalias económicas, se ha estrellado
toda su técnica, todos sus recursos, todo su poderío se ha estrellado
contra la fortaleza de la Revolución.
Porque la Revolución es el resultado de cien años de lucha, es el
resultado del desarrollo del movimiento político, de la conciencia
revolucionaria, armada del más moderno pensamiento político, armada de
la más moderna y científica concepción de la sociedad, de la historia y
de la economía, que es el marxismo-leninismo; arma que vino a completar
el acervo, el arsenal de la experiencia revolucionaria y de la historia
de nuestro país.
Y no solo armado de esa experiencia y de esa conciencia, sino pueblo
que ha podido vencer los factores que lo dividían, las divisiones de
grupo, los caudillismos, los regionalismos, para ser una sola fuerza,
para ser un solo pueblo revolucionario. Porque cuando decimos pueblo
hablamos de revolucionarios; cuando decimos pueblo dispuesto a combatir y
a morir, no pensamos en los gusanos ni en los pocos pusilánimes que
quedan (APLAUSOS): pensamos en los que tienen el legítimo derecho a
llamarse cubanos y pueblo cubano, como tenían legítimo derecho de
llamarse nuestros combatientes, nuestros mambises. Un pueblo integrado,
unido, dirigido por un partido revolucionario, partido que es
vanguardia militante.
¿Y qué otra cosa hizo Martí para hacer la revolución sino organizar
el partido de la revolución, organizar el partido de los
revolucionarios? ¡Y había un solo partido de los revolucionarios! Y
los que no estaban en el partido de los revolucionarios estaban en el
partido de los españoles colonialistas o en el partido de los
anexionistas o en el partido de los autonomistas.
Y así también hoy el pueblo, con su partido que es su vanguardia,
armado de las más modernas concepciones, armado de la experiencia de
cien años, habiéndose desarrollado al máximo grado la conciencia
revolucionaria, política y patriótica, ha logrado vencer sobre vicios
seculares y constituir esta unidad y esta fuerza de la Revolución.
La Guerra de los Diez Años, como decía Martí, no se perdió porque el
enemigo nos arrancara la espada de la mano, sino porque dejamos caer la
espada. Después de diez años de lucha, enfrentados al imperialismo, ¡ni
el imperialismo ha podido arrebatarnos la espada ni nuestro pueblo
unido dejará jamás caer la espada! (APLAUSOS.)
Esta Revolución cuenta con el privilegio de llevar con ella y contar
como parte de ella al pueblo revolucionario, cuya conciencia se
desarrolla y cuya unidad es indestructible. Unido el pueblo
revolucionario, armado de las concepciones más revolucionarias, del
patriotismo más profundo —que la conciencia y el concepto
internacionalista no excluye ni mucho menos el concepto del
patriotismo—, patriotismo revolucionario, perfectamente conciliable con
el internacionalismo revolucionario, armado con esos recursos y con esas
circunstancias favorables, será invencible.
Este aniversario llega en el momento de mayor auge de la conciencia y
del espíritu de trabajo del pueblo. Hechos como el del día 8 en que
con motivo del centenario y también como homenaje al Guerrillero Heroico
(APLAUSOS PROLONGADOS) —caído gloriosamente en fecha que casi
coincidió con el 10 de octubre—, decidido a realizar un esfuerzo digno
de esta jornada, llegó a sembrar en un solo día 1 031 caballerías de
caña (APLAUSOS).
Y sirva esto de idea acerca de lo que es capaz un pueblo cuya
inteligencia, cuya energía, cuyas fuerzas potenciales se despliegan.
Debo decir que esta cifra realmente rebasa las cifras más optimistas,
las cifras más altas que se hubieran podido concebir. Es necesario un
pueblo de verdad trabajando para lograr esas cosas, y es necesario un
pueblo realmente consciente e inspirado para realizar esas cosas.
Este homenaje, o este aniversario, tiene lugar en el momento de
máximo auge de la Revolución en todos los campos. Pero esto no
significa que cien años de lucha signifique, ni mucho menos, la
culminación de la lucha, el fin de la lucha. Quién sabe cuántos años
más tendremos por delante de lucha. Pero nunca, jamás, hemos estado en
mejores condiciones que hoy; nunca hemos estado más organizados, nunca
hemos estado mejor armados, no solo armados con armas, armados con
hierros, sino armados de pensamientos, armados de ideas. Nunca, jamás,
hemos estado mejor armados de ideas y de hierros, nunca hemos estado
mejor organizados. Y seguiremos armándonos en ambas direcciones, y
seguiremos organizándonos, y seguiremos haciéndonos cada vez más
fuertes.
El imperialismo está ahí enfrente, en plan y actitud insolentes,
amenazantes; las fuerzas más reaccionarias levantan cabeza, los grupos
más retrógrados y agresivos se insinúan como factores preponderantes en
la política futura de ese país.
Conmemoramos este aniversario, este centenario, estos cien años, no
en beatífica paz, sino en medio de la lucha, de amenazas y de peligros.
Pero nunca como hoy hemos estado conscientes, nunca como hoy para
nosotros las cosas han sido tan claras.
Esta generación no solo se ha de concretar a haber culminado una
etapa, a haber llegado a objetivos determinados, a poder presentar hoy
una meta cumplida, una tarea histórica realizada: una patria libre,
verdaderamente libre; una revolución victoriosa, un poder del pueblo y
para el pueblo; sino que esta Revolución tiene que defender ese poder,
porque los enemigos no se resignarán fácilmente, el imperialismo
valiéndose de sus recursos no nos dejará en paz. Y el odio de los
enemigos crece a medida que la Revolución se fortalece, a medida que sus
esfuerzos han sido inútiles.
¿A qué grados llegan? A increíbles grados en todos los órdenes. Llegan, incluso, a extraordinarios ridículos.
Recientemente leíamos un cable en que hablaba de un cura español que
organizaba en Miami rezos contra la Revolución; un cura español que,
según decía, rezaba para que la Revolución se destruyera, incluso daba
misas y rogativas para que los dirigentes revolucionarios nos muriéramos
en un accidente o asesinados (RISAS), como requisito para aplastar la
Revolución.
¡Cuán equivocados están si creen que la Revolución puede ser
aplastada por ningún camino! Es innecesario siquiera recalcarlo.
¡Ahora menos que nunca!
Pero llama la atención esta filosofía de los reaccionarios, esta filosofía de los imperialistas.
Y ellos mismos decían que organizaban un mitin contrarrevolucionario y
apenas iban doscientos, organizaban un rezo contra la Revolución e iban
miles de gusanos. Eso, desde luego, denota que a la contrarrevolución
le va quedando toda la gusanera beata y ridícula que se reúne a hacer
misas. ¡Vaya espíritu religioso el de esos creyentes! ¡Vaya espíritu
religioso el de ese cura que da misas para que asesinen o para que se
muera la gente!
De verdad que si el cura nos dijera que hay una oración para destruir
a los imperialistas, ciertamente nosotros nos negaríamos rotundamente a
rezar semejantes oraciones (APLAUSOS); y si el cura nos dijera que hay
una oración para rechazar a los imperialistas si invaden este país,
nosotros le diríamos a ese cura: ¡Váyase al diablo con su oración que
nosotros nos vamos a encargar de aniquilar aquí a los invasores, a los
imperialistas, a tiro limpio y a cañonazo limpio! (APLAUSOS.)
Los vietnamitas no rezan oraciones contra los imperialistas, ni el
heroico pueblo de Corea rezó oraciones contra los imperialistas, ni
nuestros milicianos rezaron oraciones contra los mercenarios que venían
armados de calaveras, crucifijos y no sé cuántas cosas más; venían en
nombre de Dios, con cura y todo, a asesinar mujeres campesinas, a
asesinar niños y niñas, a destruir las riquezas de este país.
Y ya vemos hasta qué punto han degenerado los reaccionarios, hasta
qué punto han prostituido sus propias concepciones y sus propias
doctrinas, y a qué extremos llegan y qué clase de sentimientos son esos.
Desde luego, cosas de los aliados de los imperialistas, cosas de la
gusanera.
Pero, desde luego, no son los rezos del cura y su muchedumbre de
beatos y beatas las cosas que le preocuparían a esta Revolución. Es el
imperialismo con sus recursos militares y técnicos. Y es contra ese
imperialismo y contra esas amenazas que nosotros debemos siempre estar
preparados y prepararnos cada vez más.
El estudio de la historia de nuestro país no solo ilustrará nuestras
conciencias, no solo iluminará nuestro pensamiento, sino que el estudio
de la historia de nuestro país ayudará a encontrar también una fuente
inagotable de heroísmo, una fuente inagotable de espíritu de sacrificio,
de espíritu de lucha y de combate.
Lo que hicieron aquellos combatientes, casi desarmados, ha de ser
siempre motivo de inspiración para los revolucionarios de hoy; ha de ser
siempre motivo de confianza en nuestro pueblo, en su fuerza, en su
capacidad de lucha, en su destino; ha de darle seguridad a nuestro país
de que nada ni nadie en este mundo podrá derrotarnos, nada ni nadie en
este mundo podrá aplastarnos, ¡y que a esta Revolución nada podrá
vencerla!
Porque este pueblo, igual que ha luchado cien años por su destino, es
capaz de luchar otros cien años por ese mismo destino (APLAUSOS). Este
pueblo lo mismo que fue capaz de inmolarse más de una vez, será capaz
de inmolarse cuantas veces sea necesario.
Esas banderas que ondearon en Yara, en La Demajagua, en Baire, en
Baraguá, en Guáimaro; esas banderas que presidieron el acto sublime de
libertar la esclavitud; esas banderas que han presidido la historia
revolucionaria de nuestro país, no serán jamás arriadas. Esas banderas y
lo que ellas representan serán defendidas por nuestro pueblo hasta la
última gota de su sangre (APLAUSOS).
Nuestro país sabe lo que fue ayer, lo que es hoy y lo que será
mañana. Si hace cien años no podíamos decir que teníamos una
nacionalidad cubana, un pueblo cubano; si hace cien años éramos los
últimos de este continente... Un día la prensa insolente de los
imperialistas, en vida de Martí, calificó al pueblo cubano de pueblo
afeminado, con el más increíble desprecio, argumentando entre otras
cosas los años que había padecido la dominación española, demostrando
con ello una increíble ignorancia acerca de los factores históricos y
sociales que hacen a los pueblos y de las condiciones de Cuba, y que
motivaron una respuesta de Martí en singular artículo llamado
“Vindicación de Cuba” .
Bien: podían todavía en 1889 alegar esos insultos contra la patria,
ignorando sus heroísmos, su desigual y solitaria lucha; podían decirnos
que éramos los últimos. Y es cierto y no por culpa de esta nación. No
podía culparse de algo a la nación que no existía, al pueblo que no
existía como tal pueblo. Pero la nación que existe desde que surgió la
vida con la sangre de los que aquí se alzaron el 10 de Octubre de 1868,
el pueblo que se fundó en aquella tradición, el pueblo que inició su
ascenso en la historia, que inició el desarrollo de su pensamiento
político y su conciencia, que tuvo la fortuna de contar con aquellos
hombres extraordinarios como pensadores y como combatientes, ya no podrá
decir hoy nadie que es el último. Ya no somos solo el pueblo que hace
cien años abolió la esclavitud; ya no somos el último en abolir la
esclavitud, es decir, la propiedad del hombre sobre el hombre; ¡somos
hoy el primero en este continente en abolir la explotación del hombre
sobre el hombre! (APLAUSOS.)
Fuimos el último en comenzar, es cierto, pero hemos llegado tan lejos
como nadie. Hemos erradicado el sistema capitalista de explotación;
hemos convertido al pueblo en dueño verdadero de su destino y de sus
riquezas. Fuimos el último en librarnos de la colonia, pero hemos sido
los primeros en librarnos del imperio (APLAUSOS). Fuimos los últimos en
librarnos de un modo de producción esclavista; los primeros en
librarnos del modo de producción capitalista, y con el modo de
producción capitalista de su podrida estructura política e ideológica.
Hemos echado abajo las mentiras con que pretendieron engañarnos durante
tantos años. Estamos reivindicando y restableciendo la verdad de la
historia. Hemos recuperado nuestras riquezas, nuestras minas, nuestras
fábricas, nuestros bosques, nuestras montañas, nuestros ríos, nuestra
tierra.
Y en esa tierra que se regó tantas veces con sangre de patriotas, se
riega hoy el sudor honesto de un pueblo; que de esa tierra, con ese
sudor de su frente, con esa tierra conquistada con la sangre de sus
hijos, sabrá ganarse honradamente el pan que nos quitaban de la mano y
de la boca (APLAUSOS).
Somos hoy la comunidad humana de este continente que ha llegado al
grado más alto de conciencia y de nivel político: ¡Somos el primer
Estado socialista! Los últimos ayer; ¡los primeros hoy en el avance
hacia la sociedad comunista del futuro! (APLAUSOS), la verdadera
sociedad del hombre para el hombre, del hombre hermano del hombre.
Y ya no solo luchamos por erradicar los vicios y las instituciones
que tienen una relación negativa del hombre con los medios de
producción, sino que tratamos de llevar la conciencia del hombre a su
grado más alto. Ya no solo la lucha contra las instituciones que
esclavizaban al hombre, sino contra los egoísmos que esclavizan todavía a
muchos hombres, contra los individualismos que apartan a algunos
hombres de la fuerza de la colectividad. Es decir, ya no solo
pretendemos librar al hombre de la tiranía que las cosas ejercían sobre
el hombre, sino de ideas seculares que todavía tiranizan al hombre.
Por eso podemos afirmar que desde el 10 de Octubre de 1868 hasta hoy,
1968, el camino de nuestro pueblo ha sido un camino interrumpido de
avance, de grandes saltos, rápidos avances, nuevas etapas de avance y
nuevas etapas de avance.
Tenemos sobrados motivos para contemplar esta historia con orgullo.
Tenemos sobrados motivos para comprender esa historia con profunda
satisfacción. Nuestra historia cumple cien años. No la historia de la
colonia, que tiene más; ¡la historia de la nación cubana, la historia de
la patria cubana, la historia del pueblo cubano, de su pensamiento
político, de su conciencia revolucionaria!
Largo es el trecho que hemos avanzado en estos cien años y larga
también la voluntad y la decisión de seguir adelante
ininterrumpidamente. Inconmovible el propósito de seguir construyendo
esa historia hermosa, con más confianza que nunca, con más trabajo que
nunca, con más tareas por delante que nunca: enfrentándonos al
imperialismo yanki, defendiendo la Revolución en el campo que sea
necesario; enfrentándonos al subdesarrollo para llevar adelante todas
las posibilidades de nuestra naturaleza, para desplegar plenamente todas
las energías de nuestro pueblo, todas las posibilidades de su
inteligencia.
Y estas serán las tareas: defender la Revolución frente al
imperialismo, profundizar nuestras conciencias en la marcha hacia el
futuro, fortalecer nuestro pensamiento revolucionario en el estudio de
nuestra historia, ir hacia las raíces de ese pensamiento revolucionario,
y llevar adelante la batalla contra el subdesarrollo.
Alguien habló de entre ustedes ahora de los 10 millones, y los 10
millones es prácticamente una batalla ganada de este país (APLAUSOS);
por el impulso que lleva el trabajo en nuestros campos, por el tremendo
empuje de nuestro pueblo trabajador. Y los 10 millones forman parte de
esa batalla mayor que es la batalla contra el subdesarrollo, contra la
pobreza.
Y esas son nuestras tareas del futuro.
Muchas veces desde las tribunas de los politiqueros hipócritas y
mentirosos, ladrones contumaces, estafadores del pueblo, que invocaban
los nombres de los patriotas de la independencia, muchas veces
profanaron con solo traerlos a sus labios el nombre de Martí, de Maceo,
el nombre de Céspedes, el nombre de Agramonte, el nombre de todos los
patricios. Hipócritamente mencionaban aquellos nombres. En el fondo lo
olvidaron todo, lo abandonaron todo.
Este país debiera tener una lápida, un recuerdo en cada punto donde
combatieron los cubanos, en cada punto donde libraron sus batallas. No
se ocuparon de dejar un recuerdo siquiera dónde fue exactamente la
batalla de Peralejo, o de Las Guásimas, o de Palo Seco, cuáles fueron
las batallas de la Invasión. Dejaron que yacieran en el olvido, llenas
de maleza o de polvo, sin un solo recuerdo.
Muchas veces los estafadores pretendieron usar los nombres de nuestros héroes para servir a sus fines politiqueros.
Por eso hoy nosotros, los revolucionarios de esta generación, nuestro
pueblo revolucionario puede sentir esa íntima y profunda satisfacción
de estarles rindiendo a Céspedes, a los luchadores por nuestra
independencia, el único tributo, el más honesto, el más sincero, el más
profundo: ¡el tributo de un pueblo que recogió los frutos de sus
sacrificios, y al cabo de cien años les rinde este tributo de un pueblo
unido, de un poder del pueblo, de un pueblo consciente, y de una
revolución victoriosa dispuesta a seguir indoblegablemente, firmemente e
invenciblemente la marcha hacia adelante!
Gritemos hoy con legítimo derecho:
¡Que viva Cuba Libre! (EXCLAMACIONES DE: “¡Viva!”)
¡Que viva el 10 de Octubre! (EXCLAMACIONES DE: “¡Viva!”)
¡Que viva la Revolución victoriosa! (EXCLAMACIONES DE: “¡Viva!”)
¡Que vivan los Cien Años de Lucha! (EXCLAMACIONES DE: “¡Viva!”)
¡Patria o Muerte!
¡Venceremos!
(OVACION)
Tomado de "Revista Calibán"