Mayor general
Francisco Vicente Aguilera y Tamayo
(CUBA)
BIOGRAFÍA
1821-1877
Abogado y político cubano que luchó en la guerra del 68.
Poseía una gran fortuna que sacrificó por la libertad de la Patria;
además fue propietario de ingenios, fincas, abundante ganado y grandes
haciendas, pero un cubano dotado de noble corazón y excelentes
sentimientos patrióticos.Trataba como iguales y con respeto y
consideración a las personas más humildes, por lo cual era muy querido.
Siempre rechazó los numerosos cargos públicos y empleos que le ofrecían
los gobernantes y autoridades coloniales de la Isla. Incluso, el de
"regidor perpetuo del Ilustre Ayuntamiento de Bayamo".
Se incorporó a las fuerzas insurrectas, en las que alcanzó el grado de
Mayor General y desempeñó primero el cargo de Secretario de Guerra, y
luego el de vicepresidente de la República en Armas.
Inicios
Nació en Bayamo el 23 de junio de 1821. Su familia era una de las más distinguidas y
acaudaladas de la zona oriental que contaba con la admiración y
reconocimiento de los pobladores y vecindarios de Bayamo, Manzanillo, Las Tunas y Holguín. Hijo del coronel Antonio María Aguilera y su mamá Juana Tamayo Infante. Tuvieron dos hijos: Antonio María y Francisco Vicente. El primero era el mayor y residía en La Habana
donde murió siendo muy joven. De modo que Francisco Vicente Aguilera
quedó como el único hijo en quien depositaron todo su amor y las
riquezas y propiedades que tenían para que nunca le faltara nada. Siendo
niño sus padres lo enviaron a Santiago de Cuba a recibir la primera instrucción y parte de la secundaria.
Luego, en 1836, se trasladó hacia La Habana para completar sus estudios superiores e iniciar la carrera de abogacía. Ingresó en el famoso Colegio de Carraguao y allí tuvo entre sus profesores a José Silverio Jorrín.
En 1843, motivado por sus ideas de libertad e inquietudes políticas juveniles, hizo un viaje de paseo a los Estados Unidos de Norteamérica costeado por sus padres. De regreso a La Habana continuó sus estudios hasta graduarse de bachiller en leyes en el año de 1846.
Por esa época al morir su progenitor retornó a Bayamo para acompañar a
su mamá y ocuparse de los negocios y propiedades de la familia.
Al fallecer su padre, quien le dejó el cometido de obtener para la familia, utilizando las rentas del ingenio azucarero Pilar de Jucaibama,
un título nobiliario de Castilla, aparte de continuar la tradición de
poseer los de Regidor Alcalde Mayor y el grado militar de coronel de los
Reales Ejércitos y del Batallón de Milicias Blancas Disciplinadas de Infantería de Bayamo y Santiago de Cuba.
El joven Francisco Vicente Aguilera, no cumplió esta encomienda.
Su aspiración era subvertir la sujeción colonial que ataba a Cuba de España.
Y es que en el transcurso de una generación se había operado una
transformación en el pensamiento político de la familia Aguilera, como
sucedió en casi toda la sociedad bayamesa. De un ideario monárquico y
pro español, se evolucionó al republicano independentista.
En el año de 1848
contrajo matrimonio en Santiago de Cuba con la señorita Ana Kindelán y
Griñán. Con ella tuvo diez hijos. Para él la familia constituía uno de
sus principales encantos. Por eso disfrutaba bastante llevando a sus
hijas a las fiestas y actividades sociales.
La toma de conciencia en Aguilera se manifiesta desde su juventud. En 1851, con 30 años, ya era miembro de la conspiración y su jefe en Bayamo, liderada por el camagüeyano Joaquín Agüero, quien proyectaba un alzamiento separatista nacional. También participó en un proyecto, en unión de Carlos Manuel de Céspedes, que pretendía iniciar un levantamiento contra el Colonialismo español y cuyas primeras acciones serían tomar las ciudades de Bayamo y Manzanillo.
Después de la muerte de su madre, Juana Tamayo, ocurrida en 1863, inició un periplo por diferentes países de Europa
y por los Estados Unidos. Este incidió en su formación, pues lo puso en
contacto con las ideas políticas y económicas más avanzadas. Desde su
arribo a Bayamo comenzó a elevar proyectos al Gobierno de la Isla, para
desarrollar económicamente la jurisdicción, en los que se aplicaran los
adelantos de la ciencia y la técnica. El más importante era la
construcción de un ferrocarril entre Bayamo y Santiago de Cuba.
A partir de este momento es un revolucionario en extensión y
profundidad. Su acción se manifiesta en dos aristas definidas: el logro
de la independencia de Cuba, y, mientras esto no suceda, la
transformación del régimen económico arcaico existente en Bayamo. Este
ímpetu capitalista lo llevó a convertirse en el hombre de mayor fortuna
en la región oriental de Cuba. En 1868 su caudal activo ascendía a dos millones 168 mil 54 pesos.
Vida histórica
En 1867 fundó el Comité Revolucionario de Bayamo.
Su pensamiento revolucionario se radicalizaba. Se discutía la fecha del
alzamiento subordinándola a la existencia de pertrechos militares con
que enfrentar al Ejército Español.
Aguilera era de la opinión que debía posponerse para poder acopiar
armas. Y es en este momento cuando se compromete a trasladarse a los
Estados Unidos y regresar antes del 24 de diciembre,
fecha máxima aceptada por los conspiradores para pronunciarse, con
suficiente material de guerra para dar comienzo a la Revolución. Los
hechos se precipitaron y el 10 de octubre de 1868, en el Ingenio Demajagua, Céspedes protagonizó el alzamiento.
Ya en la guerra, Aguilera ocupó importantes responsabilidades
político-militares. Carlos Manuel de Céspedes decidió enviarlo a Estados
Unidos para unificar a los emigrados y lograr el envío de expediciones
con logística con las cuales abastecer las tropas del Ejército Libertador.
En esta determinación de Céspedes debieron pesar varias causas,
entre ellas que Aguilera había sido partidario de esta idea antes del
inicio de la Revolución, por los conocimientos que poseía en el manejo
de fondos, pues había creado una fortuna millonaria, así como por su
pensamiento y forma de actuar, que lo habían convertido en paradigma del
pensamiento unitario. Las distintas fracciones políticas, civiles y
militares, lo veían como un hombre íntegro, ético y revolucionario.
Aguilera partió a cumplir esta misión a pesar de las opiniones
contrarias de sus amigos que insistían que era una habilidad política
del Presidente para alejarlo de la escena política cubana, quitarlo como
posible rival, y aspirante a la presidencia. A pesar de estos
criterios, estaba convencido de que en esos momentos la Patria era allí
donde lo necesitaba, para resolver los problemas existentes.
Latinoamericanista
El período vivido en la emigración contribuyó a radicalizar su visión
sobre los Estados Unidos. Muchos cubanos soñaban con la ayuda de este
país para el logro de la independencia. Como resultado de las relaciones
que estableció con políticos norteamericanos y ser víctima de promesas
incumplidas, evasivas, obstáculos directos que hicieron fracasar
expediciones y no permitir las recaudaciones necesarias, llegó a la
conclusión de que el Gobierno de esa nación nunca apoyaría a los cubanos
para obtener la independencia y sentenció: "Ayudarán a Cuba cuando Cuba se haya ayudado a sí misma. Esperar más que eso es una vaga ilusión".
Allí, además, trató con hombres de un profundo pensamiento latinoamericanista como el puertorriqueño Eugenio María de Hostos,
con quien compartió una profunda amistad, lo que le permitió ser,
también, el fundador del pensamiento latinoamericanista cubano, al
plantear la necesidad de crear una Confederación Antillana que le hiciera frente a la política expansionista de los Estados Unidos.
Escaso fue el dinero que pudo recaudar Aguilera en los primeros meses de su estancia en Nueva York. Por eso decidió, en junio de 1872, iniciar un periplo por Europa. Le habían prometido que los capitalistas cubanos emigrados en Francia le financiarían una gran expedición.
La realidad fue diferente, y comenzó a padecer desaires,
subterfugios, el dinero no fluía, las discusiones se dilataban, y los
burgueses, temerosos de que sus propiedades fueran embargadas, no
contribuían, o querían hacerlo sin que se supiera su nombre y por ello
las cantidades que entregaban eran irrisorias. Estas limitaciones lo
convencieron de que no podía obtener los recursos necesarios en París, pero aún así continuó insistiendo. Se convirtió en un misionero por la independencia de Cuba.
El periplo europeo definió el pensamiento de Aguilera respecto a la burguesía cubana que poseía importantes capitales que proteger en Cuba. Finalmente cuando abandonó París, en marzo de 1873,
como resultado de un llamado imperioso que le hacen desde Nueva York al
conocerse que Céspedes lo había destituido como Agente General en el
exterior, tiene la plena convicción de que no regresaría jamás porque
este sector de la burguesía cubana no financiaría la independencia de
Cuba.
Su estancia en Europa
La estancia en Europa le posibilitó establecer una ruptura que quizás
hubiese sido imposible de concebir en otro momento, por que tal vez
pensó que todos los propietarios cubanos tenían la misma decisión que él
en sacrificar su fortuna y bienestar por la independencia de la Patria.
En sus últimos días europeos se comienza a mostrar en Aguilera
una actitud a gestionar fondos con banqueros de diferentes
nacionalidades, que podían contribuir a la causa cubana por los
beneficios económicos que obtendrían. Se alejó, definitivamente, de la
burguesía.
Su retorno a Nueva York significó continuar trabajando en el
envío de una gran expedición a Cuba. Pero ahora la situación había
cambiado. Ya no era el Agente General, sino un emigrado, solo lo
diferenciaba el hecho de ser iniciador de la revolución y el prestigio
que poseía por su honradez y desinterés por la independencia de Cuba. En
estas circunstancias desarrolló su obra, sin incorporarse a las luchas
intestinas que desangraban a la emigración. Y es a partir de este
momento cuando quedó plasmado el perfil que hoy poseemos de él. Las
dificultades por las que tuvo que atravesar, la miseria en que vivió y
murió, las penurias de su familia dejó estupefactos a quienes lo
conocieron.
El peregrinaje por los Estados Unidos lo puso en contacto con la
burguesía cubana que había enfrentado a la metrópoli española. Aquí, al
igual que en París, pudo comprobar que no obtendría los recursos
necesarios. Inició un recorrido por ciudades norteamericanas con el
objeto de buscar un vapor que lo trasladase a Cuba, así como para
recaudar dinero. Visitó Baltimore, Filadelfia, Nueva Orleans y Cayo Hueso.
En esta última se comenzaba a desarrollar un importante concentrado de
emigrados cubanos, los que aportaron una cifra considerable de dinero,
unos siete mil pesos, entre los meses de febrero-abril de 1874. Este desprendimiento le causó profunda impresión.
A pesar de esta demostración su pensamiento continuó considerando
que las sumas para el financiamiento de las expediciones debían
aportarlas los emigrados cubanos que mayor capital poseían. Por ello
siguió vinculado a sectores de la burguesía cubana del occidente de la
Isla, así como a terratenientes, que muchos entraban en componendas con
las autoridades españoles. Estos descartaban un pensamiento
independentista cubano radical. No percibió las diferencias que existían
entre este sector y el que había iniciado la contienda independentista.
Sus últimos años
Fue tanta la desidia que padeció Aguilera que finalmente, al no poder
armar una gran expedición y carente de recursos, decidió regresar a
Cuba.
El 22 de abril de 1876 efectuó su último intento. Llegó a Las Bahamas, donde pretendía abordar el Buque Anna, y al no encontrarlo se dirigió a Nassau. El 12 de junio embarcó rumbo a Haití. El viaje resultó imposible. Arribó a Nueva York el 15 de agosto
de 1876. Ya se encontraba gravemente enfermo del cáncer que lo
aquejaba, pero aún así insistía en volver a la Patria, aunque fuera en
un bote.
El 22 de febrero de 1877 falleció Francisco Vicente Aguilera en Nueva
York, mientras trabajaba por la unidad de la emigración cubana rodeado
de su esposa e hijos, sin haber podido cumplir su mayor anhelo:
libertar a su Patria; ni su sueño de regresar a Cuba con una fuerte
expedición.
Las aspiraciones de Francisco Vicente Aguilera fueron más
ambiciosas que las de sus ancestros y se centró en fundar un pensamiento
político que contemplaba la idea de lograr la independencia de Cuba del
colonialismo español
empuñando las armas. El engrandecimiento que le reportaría a su familia
no sería en el orden de lo que soñó su padre, o sea en la obtención de
un título nobiliario, detentar cargos políticos en la estructura de
gobierno de la villa o provincia, o en la milicia, sino al convertir, al
linaje Aguilera, en uno de los fundadores de la nación cubana.
El millonario que murió por la Patria
Era tremendamente rico; tenía tanto dinero que podía pasarse el
resto de sus días gastando en lo que quisiera. Y poseía tantas
extensiones de tierra que podía salir niño de sus haciendas primeras y
llegar ya adulto a las últimas.
A algunos les parecerá acaso una hipérbole demasiado grande. Sin
embargo, cuando se subraya que contaba con más de dos millones de
escudos en el año 1868, se podrá entender su montaña de riquezas.
Y a pesar de tanto oro y caudal, Francisco Antonio Vicente Aguilera,
aquel bayamés de finos modales, nacido el 23 de junio de 1821, poco
estudiado por pasadas y actuales generaciones, se fue a la guerra
renunciando a todo lo material para tratar de conseguir la
espiritualidad de la nación.
Murió finalmente pobre y casi congelado por el frío de Nueva York, con
los zapatos agujereados y frustración en el alma por no poder retornar.
De Aguilera se puede escribir sin temblar la mano: «Lo dio todo por la
Patria», una frase que a veces hemos gastado de tanta repetición, pero
que en su caso es doblemente convincente.
Con él, como con otros, tenemos una deuda: la de estudiar más su
ejemplo, no solo en días de «cumpleaños cerrados» o de conferencias
científicas sobre el prócer, como la inaugurada la víspera en su ciudad
natal, la ciudad de sus ensueños, Bayamo.
Riquezas
No en vano se ha señalado que Francisco Vicente, apodado «Pancho»
Aguilera, era uno de los hombres más ricos del Oriente en los días de
conspiraciones previas al estallido independentista.
Con frecuencia se ha escrito que poseía más de tres millones de escudos
y unas 10 000 caballerías, además de centenares de esclavos. Sumemos
algunos comercios entre Bayamo y Manzanillo: varias casas, miles de
cabezas de ganado, centenares de caballos de distintos tipos, una
panadería, una confitería y otras propiedades dispersas por todo el
valle del Cauto, hasta el sur de Las Tunas.
Sin embargo, Ludín Fonseca, historiador de la ciudad de Bayamo y autor
del libro Francisco Vicente Aguilera. Proyecto modernizador en el valle
del Cauto, señala sobre las primeras cifras que el patriota poseía en
realidad unos 2 700 000 pesos y 4 136,50 caballerías entre fincas,
potreros, ingenios azucareros, un cafetal, haciendas y otras
extensiones de tierra.
Sobre la cantidad de sus esclavos, la investigadora bayamesa Idelmis
Mari apunta que, aunque «ascendió a centenares no ocupaban un lugar
preponderante en el monto de las propiedades, pues en los ingenios, rama
donde eran mayormente empleados, laboraban 191 en Santa Gertrudis, 87
en Jucaibama y 14 en Santa Isabel».
Pero más allá de las discusiones sobre su caudal, lo primero es
reconocer su conducta de desprendimiento y patriotismo, que pasma a
muchos en estos tiempos modernos.
Tengamos en cuenta que Aguilera tuvo 11 hijos —diez de ellos con la
santiaguera Ana Kindelán Griñán, también acaudalada y con quien se había
casado en 1848—, y que la guerra liberadora contra España implicaba
dejar las comodidades, irse a la manigua y exponer a los suyos al propio
monte o al exilio.
Un héroe de la talla de Manuel Sanguily, sobre ese ejemplo de Francisco
Vicente Aguilera, expuso: «No sé que haya vida superior a la suya, ni
hombre alguno que haya depositado en los cimientos de su país y en su
nación mayor suma de energía moral, más sustancia propia, más
privaciones de su familia adorada ni más afanes ni tormentos del alma».
Mientras José Martí, con su pluma ardiente, lo calificó en el periódico
Patria, el 16 de abril de 1892, nada más y nada menos que como «el
millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la república».
Estas afirmaciones de alguien como el Maestro no son gratuitas.
Aguilera, acaso en el pasaje más conocido de su vida y que lo
inmortalizó como revolucionario, fue capaz de decir cuando le
consultaron sobre la decisión de quemar la ciudad de Bayamo, donde
estaban algunas de sus propiedades domésticas: «Nada tengo mientras no
tenga patria».
El Vicepresidente
En una época en la que eran comunes las divisiones, las pujas y las
intrigas, muchos no pudieron entender otra de las decisiones de
Aguilera: reconocer a Carlos Manuel de Céspedes como el líder de la
Revolución.
Y es que «Pancho» Aguilera había sido en realidad el fundador y cabeza
de la primera Junta Revolucionaria de Oriente, creada en agosto de
1867. Un año después los conspiradores revolucionarios de esta región
de Cuba lo reconocen como el jefe máximo del movimiento que se gestaba.
Por eso, después del alzamiento de la Demajagua, algunos le van con
chismes mal intencionados y le deslizan la posibilidad de que se haga
cargo de la jefatura independentista.
Pero es evidente que al hacendado le interesaba más la redención de la
nación que la jerarquía personal, por eso, al adelantarse súbitamente
la fecha del levantamiento y al asumir Céspedes el liderazgo de la
contienda, se pone al servicio del Iniciador, desde su hacienda en
Cabaniguán, en Las Tunas.
«Con una tropa compuesta por sus mayorales, empleados y esclavos, a los
cuales les había concedido la libertad, marchó con rumbo hacia Bayamo,
con el objetivo de reforzar a los cubanos en el ataque a esa ciudad,
el 18 de octubre», escribió al respecto el investigador Raúl Rodríguez
La O.
Proceder con esa humildad le valió para que en ese propio mes Céspedes
lo nombrara General de División. Tiempo después se le confieren por sus
méritos el grado de Mayor General y luego los cargos de Lugarteniente
General de Oriente, Secretario de Guerra y Vicepresidente de la
República en Armas.
Precisamente con ese alto cargo partió a Estados Unidos en 1871, país
en el que, entre otras misiones, debía de zanjar las diferencias
irreconciliables entre dos facciones de emigrados cubanos que decían
apoyar la Revolución.
Tras la absurda deposición de Céspedes en 1873, «Pancho» Aguilera
hubiera asumido la presidencia de la República, pero cuando le
comunicaron esa posibilidad, señaló que no retornaría a la patria hasta
que no trajera una gran expedición de armas, algo por lo que luchó con
su alma.
La afirmación no nace como un cumplido. Los hechos lo demuestran: en el
primer semestre de 1875 salió hacia Cuba como líder de la expedición
del vapor Charles Miller, pero infinidad de problemas en la navegación
hicieron retornar el barco a Nueva York, la ciudad donde se había
radicado y desde donde escribió tiempo después, según recoge la
historiadora Onoria Céspedes Argote: «Estos yanquis son la
personificación del egoísmo. Este es hoy por hoy el concepto y las
esperanzas que me inspiran».
Como si este fracaso fuera poco, en 1876 trató de alistarse en una
expedición en el vapor Anna, pero otro contratiempo lo hizo desistir de
sus planes. No le quedaba mucho tiempo de vida porque, menos de un año
después, el 22 de febrero de 1877, falleció en Nueva York, víctima de
un cáncer en la laringe.
Un mausoleo
Los restos de Aguilera reposan en Bayamo desde 1910. Sin embargo, es
tan rica la historia sobre el traslado de sus despojos mortales a la
patria y los consiguientes enterramientos que bien valen otro reportaje
periodístico.
Incluso, fueron sustraídos del cementerio de San Juan para que no se
trasladaran a la necrópolis santiaguera de Santa Ifigenia. Este capítulo
y otros involucraron a miles de bayameses, defensores de su patricio y
de la cuna de este hombre, que fue bachiller en leyes y ocupó diversos
cargos públicos antes de lanzarse a la manigua redentora.
Lo cierto es que, en 1958, fue inaugurado el mausoleo en homenaje al
patriota, en cuya base reposan sus restos. Cerca de este se levantan las
figuras de otros bayameses ilustres, por lo que el conjunto
monumentario se llama Retablo de los Héroes.
Desde ese lugar, Aguilera mira a los suyos no como fría roca, sino como
hombre vivo y luchador. Desde su corazón parecen trepidar las palabras
que le enviara a su compatriota José María Izaguirre: «El día que
tengamos Patria no tocaremos las ruinas de nuestro viejo Bayamo, las
conservaremos tal y como están, que nuestros descendientes vean de lo
que eran capaces sus abuelos».
Fuentes
- Francisco Vicente Aguilera y Tamayo: El peregrino de la patria, artículo publicado por Ludín B. Fonseca García en la Revista Bohemia
- Francisco Vicente Aguilera en cubaweb
- Periódico La Demajagua de 1984, 1985, 1986, 1987, 1990, 1991 y 1999.
- Periódico Granma 1987, 1990 y 2006.
- Francisco Vicente Aguilera, Padre de la República de Cuba; de un colectivo de autores.
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