ANDRÉS BELLO
MAESTRO AMERICANO
(Venezuela)
BIOGRAFÍA
(1981-1865)
Nació en
Caracas, el 29 de noviembre de 1781 y falleció en Santiago de Chile, el 15
de octubre de 1865.
Humanista,
poeta, legislador, filósofo, educador, crítico y filólogo; en suma, autor de
una obra poligráfica, que constituye la base más sólida de la civilización
hispanoamericana. Vivió en Venezuela las 3 últimas décadas de la dominación
española y en otros lugares algo más de la mitad del primer siglo de vida
independiente de las repúblicas americanas hispanohablantes. De este segundo
período, los 20 primeros años corresponden al tiempo de lucha por la
emancipación nacional, cuyo desarrollo, vicisitudes y triunfo, observó desde
Londres. Los últimos 36 años de su vida, pasados en Chile, son los de
consolidación de la existencia política y cultural de los nuevos estados.
Tal fue el tiempo de Bello; Colonia (Caracas, 1781-1810); Guerra de
Independencia (Londres, 1810-1829); gobierno y fijación de las
nacionalidades hispanoamericanas (Chile, 1829-1865). Su pensamiento y su
labor están determinadas por dichas circunstancias, a las cuales debemos
siempre referir lo que produjo, para llegar a entender el alcance de su
obra. Hijo primogénito de Bartolomé Bello y de Ana Antonia López. Andrés,
vivió su infancia, mocedades y juventud hasta los 29 años en Caracas. Cursó
las primeras letras en la «Academia» de Ramón Vanlosten. Desde niño tuvo
pasión por la lectura, particularmente de los clásicos del Siglo de Oro
español. Frecuenta el convento de las Mercedes, donde aprende latín con el
padre Cristóbal de Quesada. A la muerte de éste (1796) traducía Bello el
libro V de la Eneida. Estudia, desde 1797, en la Real y Pontificia
Universidad de Caracas y se gradúa de bachiller en artes, el 14 de junio de
1800.
En enero conoce
y acompaña a Alejandro de Humboldt en la ascensión a la cima del monte
Ávila. Comienza la carrera de derecho y luego la de medicina. Durante sus
estudios ha dado
clases particulares, entre otros a Simón Bolívar; y ha comenzado a
manifestarse como literato, principalmente en la tertulia de los Ustáriz.
Los versos de Bello (traducciones del latín, del francés, adaptaciones de
poemas clásicos, junto a poesías originales) le han ganado prestigio entre
sus coetáneos, y además, un título específico: El Cisne del Anauco.
Estudiaba por su propia iniciativa francés e inglés. En 1802 es nombrado
oficial segundo de la secretaría de la capitanía general de Venezuela, en
cuyo desempeño mereció honores, como el de comisario de guerra, otorgado en
1807, año en que es nombrado secretario civil (en lo político) de la Junta
de la Vacuna. En 1810 es ascendido por la Junta de Caracas, a oficial
primero de la Secretaría de Relaciones Exteriores. En julio de 1806 solicita
Bello en arrendamiento perpetuo a su nombre y en el de su madre y hermanos
unas tierras en las laderas de la fila de Mariches, al este de Caracas, para
dedicarlas al cultivo del café; le fueron concedidas en el sitio denominado
El Helechal, que recordará siempre con añoranza hasta el fin de sus días.
Las pocas obras
juveniles de Bello conservadas tienen fecha imprecisa. Compuso las
siguientes: el poema «A la vacuna», la oda «Al Anauco»; el soneto «A una
artista»; la égloga «Tirsis habitador del Tajo umbrío»; el romance «A un
samán»; la oda «A la nave», y los sonetos «A la victoria de Bailén» y «Mis
deseos». Escribió también los dramas Venezuela consolada y España
restaurada, así como el Resumen de la historia de Venezuela, la más antigua
prosa que poseemos del gran humanista. Tenemos noticias de otras obras
desventuradamente perdidas, como la égloga «Hace el Anauco un corto abrigo
en donde...»; el estudio sobre el «que» y un auto de Reyes, La infancia de
Jesús, en endecasílabos. En 1808, con la introducción de la imprenta de
Mateo Gallagher y James Lamb, Bello se convierte en el redactor de la Gaceta
de Caracas, pero es difícil atribuir con exactitud lo que se debe a su
pluma. Emprendió una revista nonata: El Lucero, con Francisco Isnardi.
Corresponde a los días de Caracas la obra impresa en 1841, Análisis
ideológica de los tiempos de la conjugación castellana, estudio iniciado,
según sus propias palabras, en su juventud. Lamentamos la pérdida de la
traducción y adaptación al castellano del Arte de escribir del abate
Condillac, que dejó escrita en 1810 y se imprimió, sin su anuencia, en 1824.
El 10 de junio
de 1810, en la corbeta inglesa General Wellington, parte de Venezuela hacia
Londres acompañando a Simón Bolívar y a Luis López Méndez en la misión
diplomática nombrada por la Junta de Gobierno de Caracas cerca del gobierno
inglés. Permanecerá en Londres hasta 1829, con grandes períodos de penuria y
dificultades económicas. Los más importantes acontecimientos de su vida en
Londres, desde 1810 hasta 1829, son los siguientes: encuentro con Francisco
de Miranda, quien le permite el uso de la biblioteca, en Grafton Street, que
fue una auténtica revelación cultural para Bello, en los libros de Miranda
estudia griego; desempeña con acierto la Secretaría de la Misión
Diplomática; en 1813, solicita ser incluido en la amnistía que había
acordado España a los patriotas americanos; en 1814 se casa con María Ana
Boyland de la que enviuda en 1821, de este matrimonio nacieron 3 hijos; se
relaciona con intelectuales emigrados españoles y con grandes personalidades
inglesas políticas y científicas; en 1815 solicita un puesto al gobierno de
Cundinamarca, pero su petición no llega a destino, ya que las tropas de
Pablo Morillo interceptan el mensaje; se ofrece al gobierno de las
Provincias Unidas del Río de la Plata, pero no llega a trasladarse a Buenos
Aires, con todo y haber sido aceptado su ofrecimiento; gracias a José María
Blanco White, escritor y polemista español exiliado en la capital británica,
recibe auxilios del gobierno inglés y entra como preceptor de los hijos de
William Richard Hamilton, subsecretario de Estado; desempeña varias tareas
intelectuales, con las que puede sobrevivir en tantas adversidades; en 1822,
es nombrado secretario interino de la Legación de Chile en Londres a cargo
de Antonio José de Irisarri; participa en la fundación de la Sociedad de
Americanos, que promovió la publicación de 2 grandes revistas: la Biblioteca
Americana (1823) y El Repertorio Americano (1826-1827), en las que participó
activamente. En 1824, se casa con Isabel Antonia Dunn de cuyo matrimonio
nacerán 12 hijos; en 1825 se encarga de la Secretaría de la Legación de la
Gran Colombia, en cuyas funciones llegó en 1827, por unos meses, a encargado
de negocios. En 1826 es elegido miembro de número de la Academia Nacional
creada en Bogotá a fines de ese año.
Se
le nombra en 1828 cónsul general de Colombia en París, y se le previene que
al concretarse las relaciones con Portugal deberá pasar a esa Corte como
ministro plenipotenciario, funciones que no llega a ocupar, pues en 1829
decide trasladarse a Santiago de Chile con su familia.
Es asombrosa su
actividad, tanto en el estudio como en su obra escrita, durante los 19 años
de su vida londinense. Trabaja en los asuntos políticos, diplomáticos y
hacendísticos americanos a él confiados; investiga asiduamente en el Museo
Británico; completa sus conocimientos lingüísticos, filológicos y de
historia literaria; se prepara en experiencias diplomáticas y en estudios de
derecho internacional; se dedica a la enseñanza privada; dirige
publicaciones; llena sus páginas con escritos de carácter enciclopédico;
crea sus más grandes poemas originales y elabora estudios de crítica y de
historia literaria y filológica. En una palabra, completa y consolida su
formación, ensancha sus conocimientos y comienza la labor de publicista que
habrá de darle renombre en todo el continente americano y aun más allá de
sus límites. En varios campos de conocimiento manifiesta Bello su
perfeccionamiento de la formación humanística que había recibido en Caracas.
En poesía elabora en sus días londinenses sus 2 poemas: la silva Alocución a
la poesía, que imprime en 1823 y la silva La agricultura de la zona tórrida,
que ve la luz en 1826; creaciones que lo consagran como el príncipe de la
Literatura hispanoamericana. Compone, asimismo, otras poesías menores, El
himno a Colombia (1825); Carta de Londres a París por un americano a otro
(dirigida a José Joaquín Olmedo); Canción a la disolución de Colombia
(1829). Traduce del francés y del inglés al castellano (Delille y Byron).
Por otra parte, desarrolla su capacidad de crítico literario con estudios
sobre Álvarez de Cienfuegos, José Joaquín Olmedo, Diego Fernández de
Navarrete, Javier de Burgos, José María Heredia, Cruz Varela, etc. Las
investigaciones sobre el idioma castellano (ortografía, etimología) anuncian
al filólogo del lenguaje que habrá de ser en Chile, al escribir la Gramática
de la lengua castellana destinada al uso de los americanos (1847). Se
adentra en los temas de la crítica filológica y literaria histórica (Sismondi);
versificación latina y griega; sistema de asonancias; poesía medieval
castellana con sus primeras aportaciones al estudio del Poema del Mío Cid. Y
además, su
impresionante labor de divulgación en temas geográficos, científicos,
médicos, mineralógicos y de historia natural, con el homenaje tributado a
Humboldt. Todo ello nos indica un amplio horizonte de intereses, tanto como
una sólida formación, lo cual habrá de dar frutos excelentes como maestro y
humanista a su regreso a América. Parte de Londres el 14 de febrero de 1829,
llega a Valparaíso el 25 de junio, a bordo del bergantín inglés Grecian y
permanecerá en Chile hasta su muerte. Reside durante la casi totalidad de
los 36 años en Santiago, pues salvo cortos períodos en Valparaíso y en la
hacienda de los Carrera, en San Miguel del Monte, permaneció siempre en la
capital chilena o en sus cercanías (Peñalolén).
Los sucesos que
jalonan la vida de Bello en Chile son los siguientes: en 1829, es nombrado
oficial mayor del Ministerio de Hacienda; en 1830, se le designa rector del
colegio de Santiago; el mismo año se inicia la publicación de El Araucano,
del que fue principal redactor hasta 1853; en 1831, comienza su actividad
como maestro en su propio domicilio; en 1832, publica la primera edición de
los Principios de derecho de jentes, transformado luego en Principios de
derecho internacional; es nombrado en 1832, miembro de la Junta de
Educación; el 15 de octubre de 1832, el Congreso de Chile lo declara chileno
legal, con la plenitud de derechos del ciudadano chileno; en 1834, pasa a
desempeñar hasta 1852, la Oficialía Mayor del Ministerio de Relaciones
Exteriores; en 1835, publica los Principios de ortología y métrica; en 1837,
es elegido senador de la República, cargo que desempeña hasta su muerte; en
1840, empieza sus trabajos que culminarán en el Código Civil; en 1841
publica la obra Análisis ideológica de los tiempos de la conjugación
castellana y el poema «El incendio de la Compañía», que se estima como la
primera manifestación del romanticismo en Chile; en 1842, se decreta la
fundación de la Universidad de Chile, cuya inauguración en 1843 es el acto
más trascendental en la vida del maestro Bello, quien ejerce su rectorado;
en abril de 1847, publica la primera edición de la Gramática castellana
destinada al uso de los americanos; en 1848, publica la Cosmografía o
descripción del universo; en 1850, su Historia de la literatura; en 1851, es
designado miembro honorario de la Real Academia Española y en 1861, miembro
correspondiente; en 1852, termina la preparación del Código Civil, que es
aprobado por el Congreso chileno en 1855; en 1864, se le elige árbitro para
dirimir una diferencia internacional entre Ecuador y Estados Unidos; en
1865, se le escoge para ser árbitro de la controversia entre Perú y
Colombia, encargo que declina por estar gravemente enfermo. En Chile publica
la mayor parte de su obra y moldea generaciones de discípulos. Da a las
prensas de manera ininterrumpida los frutos de su ingenio desde sus 48 hasta
los 84 años de edad. No es fácil reducir a breve esquema la acción, tan
vasta y rica de una larga, silenciosa y paciente vida de trabajo.
El
propósito fundamental de Bello podría sintetizarse en el «proyecto
civilizador» en pro de los países llegados a la independencia nacional,
después de la dura lucha por conseguirla. Humanista integral, nos ofrece una
personalidad diferente del humanista del Renacimiento, erudito, que se
complacía en descifrar cuestiones filológicas o de hermenéutica, hasta
cierto punto preciosistas; está más lejos todavía del tipo del pensador que
busca únicamente el goce íntimo en la aprehensión de la belleza intelectual
en las creaciones humanas. La finalidad que persigue es distinta: se propone
asentar las bases de civilización y cultura, requeridas por las sociedades
hispanoamericanas, al advenir a la situación de pueblos emancipados. O sea,
que todo lo que hace presenta un profundo contenido político, educativo.
Invoca el ejemplo de las civilizaciones precedentes en la historia de la
humanidad, obra de pueblos «...que han trabajado para nosotros...»; que
formaron naciones ricas de conocimientos, de que «...podemos participar, con
solo quererlo...» Fija, entonces, las líneas fundamentales de la educación
que por su propio esfuerzo, mediante «...el proceder analítico...», debían
conquistar y asimilar las distintas porciones del vasto continente
americano.
Tales
admoniciones conforman la función básica de un maestro conductor. Visto
desde esta perspectiva, se iluminan y se refunden armoniosamente en
magnífica unidad los trabajos a que dedicó su poderosa inteligencia y su
preparación excepcional, pues todo converge a un mismo fin: civilizar a una
América liberada, que requería estudiar y hacer propio el saber universal
para adaptarlo a las peculiaridades de cada pueblo. La gran pregunta que
Bello se formula durante su residencia en Londres, cuando podía contemplar
la América en conjunto (en su historia y en su realidad) es, sin duda, cuál
debía ser la educación de cada pueblo para desarrollar la cultura peculiar,
equilibrada, sólida, totalizadora, a fin de construir el futuro. En
Inglaterra concibió la aplicación de su preparación humanística,
perfeccionada respecto a sus días juveniles. La organización político-social
fue su primordial preocupación por cuanto debían definirse «las bases
jurídicas del Estado» (no era abogado y sin embargo era el mayor jurista de
su tiempo): la enseñanza del derecho romano (nos queda el texto de sus
lecciones) y la ordenación constitucional (su participación en la
Constitución de 1833, sus cursos de derecho político), son sus primeras
actividades docentes en Chile; la elaboración del Código Civil, ardua
empresa a la que dedica casi 20 años de tarea ininterrumpida; y lo que ha
llamado Guillermo Feliú Cruz «la creación de la administración pública»,
mediante sus dictámenes y la acción diaria en altos cargos de Gobierno y
asesoría en Chile. Aunque estuviese en la Secretaría de Relaciones
Exteriores sus advertencias y consejos abarcaron toda la gobernación del
Estado. No hay que olvidar su obra de legislador en el Senado.
Con todo ello
dejaba asentada la base de la convivencia civil entre ciudadanos. «El papel
del Estado en la comunidad de naciones» lo atiende en sus Principios de
derecho de jentes (1832) (llamados luego, Principios de derecho
internacional, a partir de la segunda edición, 1844).
Por
otra parte, el dominio de la teoría del Derecho internacional le permite
dictaminar cada caso concreto, desde la Oficialía Mayor de la Secretaría de
Relaciones Exteriores. Se requería además, atender al «lenguaje», como medio
providencial de relación entre las naciones del mundo hispánico, por lo que
fue también objeto de atención, desde las Advertencias sobre el uso del
castellano (1833-1834) hasta culminar en su Gramática (1847). Por otra parte
sus investigaciones sobre el castellano en su historia: Poema del Cid, la
Gramática latina (1846), y todos los trabajos sobre la edad media literaria,
o estudios sobre el griego y el latín, pertenecen a esta preocupación por
preservar el idioma ante cualquier deterioro. La gran urgencia era la
«educación», finalidad que persigue no sólo en su decisiva función de rector
de la Universidad de Chile (1843), sino en la acción diaria en las aulas o
en su propio domicilio. La dedicación a los temas de la enseñanza desde la
docencia superior hasta la escuela primaria, fue constante en su vida. Desde
el estudio de las bases del raciocinio, que es su Filosofía del
entendimiento (edición póstuma, 1881) hasta la definición de los conceptos
fundamentales de la educación en su discurso inaugural de la Universidad de
Chile (1843) hasta los manuales de estudio que preparó y publicó Cosmografía
(1848), Historia de la literatura (1850), Compendio de gramática castellana
para uso de las escuelas primarias (1851) y sus advertencias orientadoras
sobre la historiografía: Modo de escribir la historia (1848), Modo de
estudiar la historia (1848), etc. En esta finalidad docente debe incluirse
su constante preocupación por divulgar el conocimiento de las ciencias. «El
buen gusto» entra, plenamente en el campo de su acción civilizadora. Además
del goce íntimo que experimenta quien está favorecido por las musas
(«...adornaron de celajes alegres la mañana de mi vida...», dijo Bello),
cultivó la poesía, que le acompaña siempre desde su juventud.
Hay que situar
en el propósito de la educación del gusto, su labor de traductor de poesía y
teatro (francés, inglés, italiano, latín), así como su labor continuada en
la crítica literaria. Sobre estos firmes pilares (organización del Estado,
vida internacional, lenguaje, educación y formación del buen gusto) edifica
su obra ingente. Todo cuanto hace converge a este elevado propósito: definir
la civilización hispanoamericana. Para ello, utiliza los medios que tiene a
su alcance: el libro, las lecciones, el teatro, el periódico (El Araucano,
principalmente). Si contemplamos la personalidad de Bello comprometido a
transmitir el concepto de civilización para Hispanoamérica, todas las partes
de su amplísima y variada actividad se ensamblan perfectamente. Y se
ratifica la interpretación que la historia de la cultura ha dado a su
persona: la de fundador de la cultura americana que habla español, como
primer humanista del continente.
Pedro Grases
Información
tomada de: Diccionario de Historia de Venezuela. 2da Edición. Caracas:
Fundación Polar, 1997. Tomo I, páginas 401-404
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